Obesidad: una epidemia del siglo XXI

La predisposición, el metabolismo, los hábitos alimenticios y el ejercicio físico son algunos elementos que pueden determinar el sobrepeso extremo. Se trata de un problema que afecta a millones de personas en el mundo, mientras otras viven obsesivas por mantener la silueta. En todo caso, la pregunta es: ¿qué es sano y qué no?

La obesidad no se trata de una cuestión de sumar y restar calorías. Hay diversos factores que colaboran para mantenerse en forma o, por el contrario, para generar una tendencia a engordar. El metabolismo, la genética, el estatus socioeconómico y la tecnología también influyen.

 

Algunos estudios históricos comparativos revelan que, en el comienzo del siglo XXI, se consume menos calorías que hacia 1900. Sin embargo, en la actualidad hay más obesos.  Dentro de la tendencia, la tecnología juega un papel fundamental, ya que todo aquello que nos facilita las tareas, también provoca que se gasten menos calorías.

 

Uno de los tópicos habituales al hablar de sobrepeso y la forma de combatirlo es el ejercicio regular. Con la inactividad no sólo no se “gastan” las calorías consumidas, sino que también está comprobado que la gente come más en situaciones de sedentarismo. A su vez, hoy se sabe que la actividad física ayuda a regular el centro del control del apetito en el cerebro.

 

Otro aspecto a considerar es la fisiología: las investigaciones realizadas señalan que los obesos no necesariamente comen más, sino que queman más lento. En estos casos, las dietas extremas pueden dar resultados en el corto plazo, pero luego se recupera el peso anterior con rapidez: su metabolismo cambia y hace que se necesiten menos calorías para mantener el peso normal. Ésta es una situación que se percibe en particular con las personas que tienden a seguir un régimen tras otro.

 

Pero, ¿qué es un peso saludable? Existen tablas que brindan un valor de referencia en relación al sexo, la edad y la altura. Aún así, los índices también son relativos: un atleta de alto rendimiento no debería pesar lo mismo que un oficinista, a pesar de que los parámetros sean iguales. La clave, en realidad, pasa por el índice de grasa corporal.

 

Las tablas, de todas formas, sirven de guía: 2 o 3 kilos por encima de esa referencia no afecta a la salud. En cambio, cuando el peso supera los 10 kilos de los registros estándares, puede provocar diversos peligros ya probados: diabetes, hipertensión, aterosclerosis, infartos, afecciones renales o vesiculares, artritis, gota o lesiones en la espalda.

 

Tratamiento

 

Antes de comenzar cualquier método para bajar de peso, lo principal es visitar a un médico especialista. Se debe tener en cuenta que las dietas más exitosas son aquellas que reducen la ingesta calórica, pero que aún así permiten comer alimentos saludables y variados. Además, es necesario evitar las trampas que suponen métodos “fáciles” que incluyen pastillas con anfetaminas o similares, pues son peligrosos para la salud.

 

Sin importar la causa de la obesidad, lo fundamental es cambiar los hábitos alimenticios. Por ejemplo, aprender a comer despacio, a determinadas horas y a reducir las porciones.

 

A su vez, se debe incorporar una rutina del ejercicio diario (como una caminata), ya que ayuda a no recuperar el peso perdido con la dieta. La actividad física también colabora para contrarrestar la tendencia a disminuir el metabolismo.

 

Y un último consejo: el peso que se pierde rápidamente, vuelve con la misma velocidad. Pero el que se reduce de manera lenta, no se recupera.

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