Qué pasa en el cerebro cuando nos enamoramos

Por Ana Paula Cordero.- Según los especialistas, estamos guiados por la emoción, pero distintas regiones se activan ante el amor romántico, el maternal y la atracción sexual. Recientes estudios muestran que nos toma menos de un segundo sentirnos así  y que ese estado puede provocar la misma euforia que la cocaína.

Renombrados especialistas mundiales expusieron acerca de las últimas investigaciones en la materia en el Simposio Internacional sobre Neurociencia Social organizado por la Fundación INECO en Buenos Aires, a fines del año pasado. Entre sus conclusiones, destacan que el enamoramiento se produce en menos de un segundo y que puede generar la misma euforia que provoca el uso de cocaína. Además, revelaron que se activan distintas regiones del cerebro según la persona esté experimentando amor romántico, maternal o atracción sexual.

Aunque, como afirman los neurocientíficos, queda mucho por estudiar acerca de la relación entre el cerebro y el amor, resultan interesantes los recientes hallazgos y surgen diversas preguntas: ¿Dónde empezará el flechazo, en la mente o en el corazón? ¿Qué puede inferirse acerca de la infidelidad? ¿Cómo influyen nuestras experiencias pasadas? ¿Hay cura para el corazón roto?

Resonancia magnética al amor

A fines de 2010, Stephanie Ortigue y sus colaboradores de la Universidad de Siracusa, publicaron “Las neuroimágenes del amor” en The Journal of Sexual Medicine. Allí, analizaron los estudios que diversos investigadores realizaron en los últimos años para localizar el éxtasis romántico a través de imágenes por resonancia magnética funcional.

Según el estudio, cuando una persona se enamora se activan 12 áreas de su cerebro que trabajan en conjunto para segregar sustancias químicas (como dopamina, oxitocina, adrenalina y vasopresina) que inducen la conocida euforia acompañada de pasión y atracción.  Este hallazgo podría ser clave en el futuro para desarrollar tratamientos que alivien el estado contrario, de dolor y depresión, que suele acompañar a las rupturas amorosas.

Por otra parte, en 2005, Semir Zeki del Colegio Universitario de Londres publicó otro estudio que mostraba qué zonas cerebrales se activan, y con qué intensidad, en las primeras fases del enamoramiento: el cíngulo anterior (relacionado con emociones positivas y con la atención al propio estado emocional), la corteza insular (vinculada a las emociones y a la interpretación de la información visual), el núcleo caudado y el putamen (ligados a los mecanismos de motivación y recompensa). En este sentido, el amor romántico tiene una importante relación con el sistema de metas y recompensas, y podría entenderse más como una motivación que como una única emoción específica.

Otra clave: los recuerdos

La investigación de Ortigue probó que el enamoramiento no sólo afecta la química del cerebro, sino también funciones cognitivas sofisticadas, tales como la imagen corporal, la motivación, la autoestima y la representación mental

Pero, además, esta red cerebral del amor vincula las asociaciones mentales ligadas a nuestra memoria a largo plazo, de ahí la influencia y el rol que nuestro pasado podría tener en la emoción presente. Es decir, aquí estaría la llave para comprender por qué suelen atraernos más quienes nos resultan familiares o “cercanos” según nuestras experiencias y recuerdos. ¿Será eso lo que nos hace sentirnos “como en casa” con la persona amada? ¿O será que la elegimos precisamente porque nos recuerda aquello que asociamos con “el hogar”?

Eterno o fugaz

Otro aspecto importante de la investigación dirigida por Ortigue demuestra que son distintas las regiones cerebrales que se iluminan ante el deseo sexual que ante el cariño incondicional, como el que sienten madres y padres por sus hijos.  Sin duda estos datos son seductores para los infieles empedernidos, quienes pueden decir que con una parte de su mente aman y con la otra desean, y que no siempre ambas van juntas.

En este sentido, es interesante la investigación de Bianca Acevedo publicada en 2011 en Social Cognitive and Affective Neuroscience, donde ofrece evidencia de parejas que conservan la llama inicial luego de varias décadas de relación, en esos casos sucede que se logra combinar la pasión con el sentimiento más profundo, demostrando que hay sistemas biológicos en común entre el amor de pareja duradero y el que se siente por los hijos

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