El hombre es un ser hablante, su potencial de designar las cosas le permite no solo trascender al tiempo y al espacio, sino expandirse más allá de sí mismo en el presente.
La conciencia constituida junto al lenguaje es su vínculo tanto consigo mismo como con su entorno. Con la ayuda de la palabra, el hombre se despliega, traza ideas que conjuntamente con el transcurrir de sus experiencias y constituye significados. De esta forma crea y recrea tanto su identidad como las interacciones con su ámbito, depurando la calidad de sus vínculos sociales.
Este desarrollo del lenguaje se trunca en las adicciones. La comunicación adopta formas primitivas, por lo que se afecta también la posibilidad de continuar el desarrollo de la conciencia. En ese sentido, las razones del pensamiento en un adicto se potencian y nutren dentro de la cultura consumista que se vive en este mundo globalizado y lo lleva a un patrón de conductas adictivas, una de las caras más visibles y perversas de ese consumo.
En la adicción, el pensamiento concreto, sustituye a la posibilidad de pensar abstractamente. La cultura de la inmediatez del aquí y ahora, del “quiero todo y ya” es mas frecuente que la posibilidad aquella de tener un comportamiento ajustado a un proyecto.
Este fracaso se observa como un fuerte impacto en la calidad en el proceso de socialización de los jóvenes, afecta su futuro tanto en cuanto individuo, como en su carácter de seres sociales.
Los datos estadísticos, basados en el Informe Mundial sobre Drogas 2010, dado a conocer por la ONU, son elocuentes en cuanto a los peligros a ser advertidos. En el curso de una década, el consumo de algún tipo de estupefaciente en la población, entre los 15 y los 64 años, aumentó diez veces. Se estima que el 15% de los alumnos del nivel medio consume marihuana. Al considerar el promedio de todo el país, en el Gran Buenos Aires, el porcentaje se eleva al 30%.
Asimismo, ha crecido el hábito de beber alcohol en los adolescentes. Se supone que la influencia de las drogas obró en el 60% de los delitos cometidos por menores.
El consumo del “paco” aumentó y llegó hasta las poblaciones pequeñas del interior, como se observó en Salta y en Jujuy. En suma, la penetración de los estupefacientes en los últimos años logró aumentar y extender su consumo. Las adicciones son causa motivadora de delitos y violencia, y contribuyen a la corrupción pública y privada.
El avance de la drogadicción y el alcoholismo viene abrumando desde hace años. La escuela, la familia y el estado, como instituciones, deberían intervenir ya que son fuentes formadoras de la conciencia de los sujetos y éstos deberían ser los formadores del desarrollo social del país.
Esta precariedad del entramado del tejido social formador, sumado a la labilidad contenedora de las instituciones socializadoras, impacta en el desarrollo de la subjetividad de las personas, gestando condiciones propicias para que desde edades muy tempranas incurra al consumo de drogas. Estos indicadores de precariedad en el proceso de desarrollo humano son:
• Hipercriticismo
• Conciencia débil e ingenuidad
• Voluntades quebradas
• Rupturas de compromiso
• Alargamiento de ciclos vitales (eterna juventud, inmadurez, etc.)
• Conductas autodestructivas
• Automedicación (consumo de drogas)
• Maternidad precoz
• Delincuencia
• Suicidio
• Estrés
• Agresividad
• Velocidad exagerada
• Cultura exhibicionista (hay que mostrar)
• Desvalorización del Educador y del educado.
El consumo desmedido de drogas y alcohol no es sólo un problema individual del “enfermo” que lo padece. Tampoco cabe suponer que podría tener la responsabilidad de “elegir y ser dueño de sus actos privados” (según el art. 19) cuando sus repercusiones son públicas. Por el contrario es un problema de “conciencia social” que debe estar alerta para actuar y preservar a sus individuos afectados y no “libres” en su elección.