“Reposo” es una palabra que unos cuantos amantes del deporte prefieren no escuchar de boca del traumatólogo ante una lesión o un dolor persistente. Muchas veces, ignoran el consejo médico y siguen haciendo más ejercicio o reanudan la actividad física ante el primer signo de mejoría. Pero esta actitud de fanatismo puede resultar perjudicial a la larga. Así sucede con las fracturas por estrés, que se producen por movimientos repetitivos que ejercen una sobrecarga en el hueso.
Conocidos son los beneficios del ejercicio para la salud física y mental de las personas. No sólo fortalece los músculos, sino que también permite prevenir problemas cardiovasculares, favorece el equilibrio y la coordinación, mejora la capacidad respiratoria, entre tantas otras ventajas.
Sin embargo, en ocasiones, el uso excesivo o “sobreuso” de una parte del cuerpo al hacer actividad, en el transcurso de semanas o meses, puede desembocar en pequeñas fracturas en el hueso: el músculo no es capaz de tolerar la fuerza repetitiva que se ejerce sobre él y traslada esta carga al hueso. Si la persona no descansa lo suficiente, no da tiempo al hueso a recuperarse de esta sobreexigencia.
También pueden aparecer fracturas por estrés cuando se aumenta en forma repentina la intensidad de una actividad o cuando se cambia la superficie de práctica, por ejemplo, de una cancha de tenis de ladrillo a una cancha de cemento. Además, las personas con huesos débiles o que son propensas a la osteoporosis, como las mujeres, tienen una probabilidad mayor de sufrir este tipo de problema.
Las fracturas por estrés provocan dolor en el hueso afectado, que desaparece al descansar. Muchas veces basta con hacer reposo y aplicar hielo si hay hinchazón. En casos más graves, podría ser necesario usar muletas o colocar un yeso. El médico será quien determine cuál es el mejor tratamiento a seguir y cuándo la persona puede retomar el deporte.
Un inconveniente que suponen estas pequeñas fracturas óseas es que pueden no ser detectables con una simple radiografía, sobre todo, en las primeras etapas. En esos casos, una resonancia magnética o una tomografía computada permitirán precisar el diagnóstico. Si la fractura no se detectó o bien la persona no prestó importancia a los síntomas de dolor, es posible que la lesión aumente de tamaño y pueda identificarse mediante el diagnóstico por imágenes.
Los huesos qué más sufren fracturas por estrés son los del pie y la tibia. También la cadera y el fémur. En particular, ocurren en los deportes de impacto, en los que se descarga peso sobre el cuerpo, como el atletismo, el tenis, el básquet y la gimnasia.
No hace falta llegar al extremo de abandonar una actividad para prevenir las fracturas por estrés: sólo deben tomarse algunas precauciones. En primer lugar, es importante usar calzado adecuado para el deporte que se practica y cambiarlo cuando esté desgastado. Un consumo adecuado de calcio y vitamina D es otra de las medidas útiles para fortalecer los huesos.
También se recomienda hacer un entrenamiento cruzado, es decir, alternar el tipo de ejercicio físico que logre los mismos objetivos. Por ejemplo, si uno corre para reducir el riesgo cardiovascular, en lugar de hacerlo cinco días a la semana, es preferible correr tres días y andar en bicicleta los otros dos días, a fin de evitar los movimientos repetitivos de las piernas. Además, es importante no hacer cambios drásticos: no es bueno aumentar de golpe la intensidad del entrenamiento o pasar del sedentarismo a realizar ejercicio cuatro veces a la semana.
El afán por la actividad física resulta muy positivo para la salud, pero siempre hay que escuchar al cuerpo. Si aparece dolor a causa de una fractura por estrés, hay que suspender el ejercicio y hacer reposo hasta que el médico lo considere apropiado. Y una vez que se autorice la reanudación de la actividad, debe hacerse en forma gradual, incrementado la intensidad de a poco, para darle tiempo al cuerpo a que se adapte nuevamente. De lo contrario, pueden producirse lesiones más serias, capaces de comprometer aún más la práctica de un deporte.