Con la llegada del otoño y del invierno, sumado a los fuertes cambios de clima que se viven hoy en día, es común que aumenten los casos de enfermedades del aparato respiratorio. Sin duda una de las afecciones más nombradas y temidas es la que se conoce como neumonía.
La patología consiste en un proceso infeccioso e inflamatorio que afecta a los pulmones y puede ser producido por virus, bacterias y hongos. Si bien todos los grupos etarios pueden contraerla, son más vulnerables los mayores de 65 años y los pacientes con enfermedades cardiológicas, respiratorias, renales o hepáticas. A los grupos de riesgo se suman los pacientes con alcoholismo, diabetes o los inmunocomprometidos (personas con alteraciones en sus mecanismos de defensa). Pero en los últimos años, se sumó como un importante factor predisponente al tabaquismo, ya que se comprobó que facilita el desarrollo de la infección.
Desde el punto de vista epidemiológico, esta enfermedad es sufrida por entre el 5 y el 11% de la población, con una mortalidad menor al 5 %. En general, resulta difícil el diagnóstico etiológico, aunque se conoce que el germen que con mayor frecuencia provoca el proceso infeccioso es el Estreptococo Pneumoniae o, como se lo llama comúnmente, Neumococo.
Por lo general, cuando un paciente se presenta con cuadros clínicos similares a la neumonía, existen tres posibilidades: que realmente esté atravesando la enfermedad y ya esté siendo tratado correctamente; que le hayan diagnosticado neumonía y lo estén tratando sin haber hecho los estudios previos que confirmen la afección, y por último, que el paciente tenga síntomas respiratorios durante varios días sin haber consultado al médico y esté automedicándose, posibilitando que el cuadro pueda agravarse por no haber sido diagnosticado y tratado adecuadamente.
Es por ello que, para no incurrir en errores, resulta vital conocer los síntomas más frecuentes de la enfermedad: tos (con o sin expectoración); fiebre; dolor en el tórax espontáneo o que aumenta cuando se respira y en algunos casos puede faltar el aire acompañado por decaimiento del estado general.
Sin embargo, el diagnostico no sólo debe basarse en estos síntomas o en el examen físico, sino que es necesario confirmar la afección por medio de una radiografía de tórax. Esto le permitirá al especialista suministrar un tratamiento con el antibiótico adecuado, evitando el uso irracional de este remedio y la posibilidad de resistencia.
Por suerte, en la actualidad existe un sinnúmero de antibióticos para poder realizar tratamientos con excelentes resultados, lo que evita posibles complicaciones. Pero no por ello debemos quitarle importancia a esta afección: lo más importante es prevenirla.
Las mejores estrategias para evitar la aparición de la enfermedad son, en primer lugar, la vacunación antigripal, ya que estos cuadros favorecen la posibilidad de aparición de neumonías como forma secundaria. Esta inmunización está indicada para mayores de 65 años o menores con enfermedades cardiológicas, respiratorias, renales, hepáticas, diabéticos e inmunocomprometidos. También para el personal de la salud y las mujeres embarazadas.
También es conveniente aplicarse la vacuna contra el neumococo, ya que es el germen que con más frecuencia provoca neumonía. La inoculación debe indicarse fundamentalmente a la población de riesgo para evitar formas graves o complicaciones.
Por último, dejar de fumar es recomendable, ya que el cigarrillo afecta seriamente la capacidad respiratoria y la salud de los pulmones.
Es primordial que ante procesos respiratorios sintomáticos que duran dos o más días, el paciente no se automedique. Se debe consultar a un médico que inicie los estudios necesarios para un correcto diagnóstico, recetar el antibiótico apropiado y realizar el consejo adecuado de la vacunación