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¿Cultivamos lo que queremos cosechar?

Nos ha tocado vivir tantos cambios y tan rápidos que como padres hemos cambiado mucho – para bien y para mal.  Por una parte, somos los más dedicados y afectuosos que se han visto y por otra los más confundidos, perdidos y contradictorios que ha dado la historia.

 

Así, queremos que nuestros hijos sean seguros y confiados pero como padres somos temerosos e inseguros. Procuramos razonar con ellos para evitar el autoritarismo del pasado pero en el proceso botamos la autoridad y acabamos sometidos a la suya. Queremos darles todo lo que sea posible (y hasta lo imposible) a los hijos, por lo que están en el primer lugar de nuestro presupuesto pero, por eso mismo, en el último de nuestra agenda.

 

Les otorgamos desde niños muchos privilegios propios de los mayores (televisión privada, celular propio, etc.) mientras que les prestamos servicios que sólo se deben a los pequeños (organizar sus cuartos, solucionar sus problemas, ayudar con tareas, etc.). Deseamos que los niños no crezcan temiéndole a nuestra ira, pero nosotros vivimos temiéndole a la suya. Procuramos ser respetuosos con nuestros hijos pero permitimos sin problema que ellos nos irrespeten. Y así sucesivamente.

 

Hagamos un alto para revisar si lo que estamos haciendo nos dará los resultados que esperamos obtener. La formación de los hijos no depende de lo que les demos o digamos, sino de la claridad y consistencia con que, a través del ejemplo, les transmitamos los principios que deben regir sus vidas y de las virtudes que les cultivemos para ponerlos en práctica.

 

www.angelamarulanda.com

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