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El médico como maestro

El médico y el maestro tienen mucho en común: los dos enseñan. Como el término “doctor” (del latín “docere”, que significa “enseñar”) lo indica, la relación médico-paciente se encuadra naturalmente en una situación de enseñanza-aprendizaje. Por eso, en cada consulta tratamos de comunicarnos con claridad y precisión, para ayudar a resolver los problemas.

 

La misma actitud nos vincula con los alumnos, residentes y colegas, con quienes compartimos nuestros conocimientos, transmitiendo las experiencias y aprendiendo mientras enseñamos.

 

Se aprecia al buen maestro cuando este es capaz de alentar a su alumno para que “encienda sus motores”, piense y asuma un rol activo. De la misma manera, se valora al buen médico cuando es capaz de estimular a su paciente para que colabore con las indicaciones y manejo de su enfermedad, y alcance así las máximas posibilidades de superarla.

 

El Dr. W. Hurst, profesor de medicina de la Universidad de Emory, Atlanta, EE.UU., nos decía: “Buenos médicos son los que le brindan tiempo e interés a sus pacientes”. Como actúan los buenos maestros con sus alumnos.

 

Hay un paralelismo entre médico y maestro, que puede medirse por la similitud de sensaciones frente a su trabajo profesional.

 

Nos decía Juan Schlatter, un maestro: “Soy el más afortunado de todos los que trabajan. La sensación de felicidad y alegría que siento cuando colaboro para que mis alumnos puedan usar sus talentos y desarrollarlos es única…” Cuando como médicos nosotros podemos colaborar con un paciente y lograr que salga de una situación límite y se cure, la sensación de felicidad también es única.

 

Y continuaban las reflexiones del maestro: “En el transcurso de un día se me ha pedido ser amigo, actor, médico, buscador de afectos perdidos, chofer, psicólogo, padre sustituto y defensor de la fe. El mejor regalo que puedo recibir es el agradecimiento y reconocimiento de mis alumnos”. A nosotros, los médicos, nos pasa lo mismo.

 

Cuando, además del conocimiento, ponemos en juego calidez, sensibilidad, comprensión e interés por nuestros pacientes, también en el transcurso de un día nos transformamos en amigos y pasamos a desempeñar varios roles similares a los señalados por el docente. Y también el mejor regalo que podemos recibir es el reconocimiento agradecido de nuestros pacientes.

 

“Doy gracias a Dios todos los días por ser maestro”, es la conclusión de Schlatter. Y también la nuestra: damos gracias a Dios todos los días por tener el privilegio de ser médicos.

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