“La verdad, a mi no me genera dudas recurrir a un banco de semen para tener un hijo. El que me preocupa es mi marido, no sé cómo se va a sentir él con eso”, dice Susana, quien desde hace dos años transita ese espacio en el que la demora en la concreción del embarazo permite la reflexión sobre los roles, las diversas maneras de ser padre y madre y, sobre todo, de acceder a la paternidad.
Porque, a diferencia de quienes tienen un embarazo espontáneo, las parejas que recurren a la reproducción asistida no sólo hacen lugar al deseo de traer otra persona al mundo sino también enfrentan el obstáculo que impide concretar ese deseo. Y aquel anhelo, aparentemente negado, es el que les permite iniciar un largo camino en la búsqueda de alternativas y soluciones.
Ese trayecto, que se inicia en el diagnóstico, continúa en el embarazo y culmina en un nacimiento, genera estrés y un gran crecimiento para la pareja, quienes, mucho antes de ser padres, ya empiezan a pensarse como tales.
“La preocupación mayor no está en la cabeza de la persona que porta el problema físico, por lo general es el otro quien busca cuidar o paliar el eventual dolor que este pudiera sentir. Lo importante es que se abra un espacio para que circule la comunicación, que se hagan preguntas, comentarios, que se expresen las preocupaciones”, señaló a Docsalud.com la licenciada Jorgelina Lance, psicóloga especializada en temas reproductivos, integrante del equipo de SEREMAS
Quienes necesitan de un tratamiento reproductivo, “suelen ser tan buscadores de información que leen todo tipo de material sobre el tema, hablan con otros, miran películas y se informan, aunque muchas veces descuidan lo más importante: lo implantado no tienen que estar en la cabeza, sino que el espacio y el deseo se gesta en lo emocional y tiene que haber lugar para eso”, indicó la experta.
Precisamente, para procurar que la pareja que inicia un tratamiento (en el que recibirá óvulos, espermatozoides o en algunos casos embriones) pueda reflexionar sobre el significado y el impacto emocional y social que puede tener en cada uno de ellos la impronta genética, es necesario el acompañamiento terapéutico.
Según el doctor Santiago Brugo Olmedo, especialista en reproducción y director médico de SEREMAS, “la buena práctica médica no solamente consiste en la explicación detallada de las técnicas y opciones reproductivas para cada caso, sino que también es útil que cada pareja se entreviste con un psicólogo especializado para compartir información y expresar todas las dudas”.
En ese espacio, las parejas que no tienen buena comunicación o que no saben cómo afrontar la ansiedad que puede generar el tratamiento, pueden empezar a escucharse. “Las personas suelen generar diálogos internos, es decir, adivinan el pensamiento del otro porque no están dispuestos a conocer la respuesta o porque no pueden explicitar lo que les pasa. En el espacio terapéutico se busca que todo se diga, que se hable”, agregó Lance.
Claro, a veces hay sabotajes inconscientes. “Para ahorrarse la frustración que eventualmente puede dar un resultado negativo, justo el día en el que tienen que tener relaciones, muchas parejas se llenan de compromisos, tienen invitados a cenar o a ellas les duele la cabeza. Luego dicen: ‘no quiero pasar por el fracaso’, cuando para muchos, fracasar es no intentarlo”, ejemplificó la especialista.
Por otra parte, puede pasar que “por los tratamientos cambian hacer el amor por hacer un bebé y que toda la energía este puesta al servicio de la reproducción. Si el hijo nace en una pareja donde se disfruta de la sexualidad circula de otra manera la alegría de vivir y a eso apuntamos”, concluyó Lance.