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Integración, confianza y afecto: pilares de la relación entre médicos y pacientes

Al igual que otros vínculos humanos, la relación entre médicos y pacientes puede atravesar momentos de crisis. Conflictos que muchas veces pueden resolverse si se mejora la comunicación y el trato entre ellos, y entre los distintos especialistas que atienden a un mismo individuo.

Uno de los problemas que enfrenta la medicina actual es la fragmentación. El paciente, de acuerdo a su cobertura de salud, consulta por su cuenta a los diferentes profesionales, como traumatólogos, cardiólogos o diabetólogos, y no siempre se logra integrar la información de lo que sucede con esa persona luego de cada una de las visitas. En algunas ocasiones, esto puede no redundar en beneficios para quien solicita atención.

Es entonces fundamental la figura del médico de cabecera o coordinador de un equipo interdisciplinario. Si el paciente es un niño, necesita un pediatra como coordinador, a través del cual deben trabajar los demás consultores. En el caso de los adultos, cualquiera sea su situación, siempre conviene que el coordinador de los distintos especialistas sea un clínico. Está calculado que estas dos figuras centrales de la atención de la salud pueden manejar el 90% de las situaciones.

Otro aspecto clave es la confianza que puede desarrollar un individuo con su médico. Cuando una persona enfrenta una situación compleja en su salud o la de algún familiar, muchas veces siente la necesidad de pedir una segunda opinión. En este sentido, tengo muy presentes las reflexiones de un gran médico de la Clínica Mayo, en EEUU, que explicaba a sus alumnos que un profesional siempre tiene que respetar este derecho de los pacientes.

Pero muchas veces éstos sienten mucho temor de pedirlo en forma directa, porque piensan que el profesional no lo va a tomar bien. Para que la segunda opinión sea correcta, le aconsejo plantearlo a su médico de cabecera de manera abierta. En la mayoría de los casos, encontrará que éste aceptará su pedido y se convertirá en parte de ese proceso.

Si así no sucede y se enoja, le recomiendo que siga el consejo de aquel experto estadounidense, que yo comparto: cambie de médico. Busque otro que pueda aceptar que nadie sabe todo y que él también puede beneficiarse con una segunda opinión. Esa amplitud es necesaria en todo profesional. Nadie tiene todas las respuestas y por ende no se debe tener resquemores. Una segunda opinión de un colega no es señal de debilidad, es una medida para beneficio del paciente.

Para concluir, quiero compartir un caso que leí el mes pasado en el periódico The New York Times y que me impactó: una mujer contaba que había tenido que atravesar una muy mala experiencia con su médico durante una seria enfermedad, situación que la llevó a inquietar a las autoridades de la Universidad de Chicago, su ciudad, para que se cree una cátedra que enseñe a estos profesionales a tener una mejor actitud hacia los pacientes.

Este es un aspecto asistencial que estos últimos valoran enormemente. La contención y el grado de vínculo afectivo que el médico les proporcione son sumamente importantes para ellos. Sin embargo, los sistemas de salud no suelen estar preparados para garantizar que una consulta dure el tiempo que se necesita para establecer este tipo de relación, ni para que el consultor alcance a ver lo que realmente le está pasando al paciente, más allá del síntoma en concreto que motivó la visita.

Recuerdo que leí una encuesta realizada a un gran número de individuos donde se les preguntaba si apreciaban más el afecto o el conocimiento que les brinda su médico. La mayoría respondió valorar más la relación afectiva. Y esto sucede porque los pacientes dan por hecho que quien los atiende sabe lo suficiente como para ayudarlos. Por eso, el profesional tiene el rol clave de jerarquizar la información que las personas encuentran en Internet. Con frecuencia llegan angustiadas al consultorio porque nadie les supo explicar que lo que leyeron en la pantalla no es demasiado grave o, incluso, que no es lo que realmente les está pasando.

En resumen, para lograr una buena relación con sus médicos es fundamental:

• Tener un pediatra o un clínico internista de cabecera.

• Vencer el miedo a pedirles una segunda opinión cuando enfrente una situación compleja.

• Valorar mucho el afecto que brindan los profesionales.

• Compartir con ellos la información que encuentre en Internet, para que la jerarquicen y le expliquen su significado real.

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