Resulta uno de los grandes desafíos vinculados a la salud que el Estado y la comunidad en general debemos enfrentar en el siglo XXI. La demencia, puede presentarse a cualquier edad y afecta al 2% de las personas mayores de 65 años. Su prevalencia se duplica cada cinco años, por lo que compromete al 4% de las personas de 70 años, al 8% de los mayores de 75, y así sucesivamente.
En nuestro país, con una población de 1.795.690 ancianos mayores de 75 años, (datos del censo 2010), hay por lo menos 150.000 personas afectadas por demencia. Cabe destacar de todas maneras que demencia no es sinónimo de envejecimiento: el segundo es un proceso fisiológico que afecta a todas las especies y está determinado por el impacto del paso del tiempo en los organismos, mientras que la primera sí es una condición patológica, un síndrome de carácter orgánico y causado por múltiples enfermedades. De éstas, las más frecuentes son neurodegenerativas, como el Mal de Alzheimer o la demencia fronto-temporal, y las causadas por enfermedades vasculares. Otras menos comunes incluyen las causadas por tóxicos (alcohol o intoxicación con monóxido de carbono), infecciones (sífilis, VIH etc.), tumores, traumatismos de cráneo, entre otras.
Habitualmente las demencias se manifiestan por déficits de memoria, afectación del lenguaje, de la orientación, del juicio, o de las funciones ejecutivas, pudiendo o no tener manifestaciones psicológicas y conductuales evidentes, pero siempre determinan un enorme impacto en la vida social, laboral y familiar de quien la padece. La persona se olvida, está reiterativa, guarda cosas y no sabe dónde, habla mal o no entiende, se pierde, entre otros posibles síntomas.
Con frecuencia quien se ve afectado tiene dificultades para llevar adelante tareas complejas, sobre todo aquellas no rutinarias: Por ejemplo, si manejan un automóvil lo hacen automáticamente, pero ante imprevistos como un paso a nivel con una barrera que no sube, un accidente, una ambulancia que pide paso o un peatón que cruza inadvertidamente, no saben cómo reaccionar. También es frecuente que observen inconvenientes para tomar decisiones y la resolución de problemas.
Asimismo, los pacientes con la condición tienen mayores complicaciones médicas y comorbilidades (caídas, infecciones, incontinencia, desnutrición, depresión etc.) y por ello, tienen una mayor tasa de mortalidad. Éstos déficits son muy diversos y dependen del tipo de demencia y de la región cerebral afectada, pero en todos los casos disminuye enormemente la calidad de vida, aumenta la dependencia y por ello, la necesidad de institucionalización. A medida que la enfermedad avanza el paciente puede presentar inquietud, e incluso agresividad, sin que existan razones obvias para ello.
Desgraciadamente, no existe en la actualidad ningún tratamiento que permita curar las lesiones producidas. Sin embargo, disponemos de prometedoras alternativas farmacológicas y no farmacológicas, que permiten en muchos casos enlentecer el progreso de estas condiciones. Los tratamientos, tienen por objeto atender tanto los aspectos físicos, psicológicos y sociales de las personas con demencia y también del cuidador y su entorno familiar. Los afectados pueden tener dificultades para expresar lo que les pasa, y por ello cuentan con sus seres queridos o cercanos para que los ayuden a orientarse y a seguir funcionando con autonomía. Nuestro objetivo desde el equipo de salud, es estimular la independencia y la presencia de proyectos realizables, hasta muy avanzada la enfermedad, evitando la dependencia y el sufrimiento del paciente y de su grupo de sostén.