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Las caídas, otro mal común de los abuelos

Uno de cada tres ancianos sufren una caída anual.

La cifra es contundente. Uno de cada tres adultos mayores sufre una caída anual. Y esta probabilidad asciende a uno de cada dos cuando se trata de personas que viven en residencias geriátricas y que suelen tener un estado de salud más frágil. El impacto de estos desafortunados eventos sobre la vida de los abuelos es también enorme, por las lesiones físicas y secuelas que pueden causar, y porque el miedo a que ocurran o se repitan llega a condicionar los hábitos cotidianos y la independencia de la persona.

En los individuos de edad avanzada, la mayoría de las fracturas más comunes –de cadera, columna, antebrazo (en particular de la muñeca), pierna, tobillo, pelvis, brazo superior y mano– son el resultado de una caída. Algunas pueden no revestir gravedad; otras ser de sumo cuidado.

El riesgo de que una persona muera durante el año posterior a sufrir una fractura de cadera es alto, del 10%, y esto es independiente de la estrategia terapéutica que se haya usado frente a esta lesión”, destaca a DocSalud.com el Dr. Marcelo Schapira, director de la Carrera de Especialización en Geriatría de la UBA y jefe de la Unidad de Evaluación Funcional del Anciano del Hospital Italiano de Buenos Aires.

Las chances de sufrir una caída y una lesión seria a partir de ella son mayores a medida que aumenta la edad de la persona, sobre todo a partir de los 65 años. Existen también condiciones médicas que aumentan la predisposición: enfermedades neurodegenerativas –como demencias o Mal de Parkinson–, ACV o trastornos traumatológicos. Además, las personas que toman varios medicamentos, entre los cuales puede haber interacciones, o aquellos bajo tratamiento con psicofármacos o drogas para disminuir la presión arterial, pueden experimentar, por ejemplo, somnolencia, mareos o trastornos de la marcha.

Atención con los chichones

Un golpe leve en la cabeza, como el que suele ocurrir al entrar a un auto, puede ocasionar, en un adulto mayor, una ruptura en las pequeñas venas que están sobre la superficie del cerebro, en contacto con el cráneo. Así, se produce en esta zona una pérdida imperceptible de sangre, llamada hematoma subdural crónico o higroma, que puede pasar inadvertido por varios días, semanas o incluso meses.

Los síntomas que dan indicio de estas lesiones dependen del lado del cerebro –derecho o izquierdo– donde ellas tengan lugar, e incluyen dolor de cabeza, convulsiones o dificultad para hablar. Como el proceso evoluciona lentamente, también puede suceder que los pacientes se queden dormidos, se desorienten, pierdan el control de esfínteres, presenten confusión o sufran trastornos de la atención, la memoria, o el estado de ánimo.

Por más que parezca que se trata de un golpe sin importancia, es clave consultar al médico clínico o gerontólogo, o acercar a la persona a una guardia”, remarca el Dr. Cristian Fuster, coordinador del Departamento de Neurocirugía del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Aunque el especialista aclara que es imposible hacer una tomografía computada a todos estos pacientes, remarca que la consulta médica permite hacerles un seguimiento teniendo como referencia que la persona se golpeó en algún momento.

Además agrega: “Muchas veces, la familia no le da importancia al golpe y no le relata lo sucedido al médico clínico, que, frente a estos cuadros insidiosos, antes que en hacer una tomografía computada puede pensar en otros posibles trastornos, salvo que el hematoma sea muy grande y el paciente tenga síntomas neurológicos más importantes”.

El riesgo de que se produzca un sangrado significativo ante un golpe en la cabeza es mayor para los individuos de edad avanzada, para los que toman aspirinas u otros medicamentos anticoagulantes, y para las personas que tienen predisposición a desarrollar hematomas, fragilidad capilar o antecedentes de moretones en otras partes del cuerpo. En estos casos, o cuando se trata de un traumatismo importante, el hematoma es agudo y da síntomas inmediatos: dolor de cabeza, deterioro del estado de conciencia o dificultad para mover brazos o piernas.

 “Si hubo pérdida de conocimiento, el paciente queda internado 24 hs en observación.  Se le hace una tomografía al ingresar, otra al día siguiente e, incluso, a las 48 hs. Aunque en el primer estudio no se vea el hematoma, sí se puede ver luego de un día”, explica Fuster, que además se desempeña como Jefe de la Clínica de Dolor del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) de Buenos Aires.

Dado que los hematomas agudos pueden revestir gravedad y riesgo de muerte, estas personas deben consultar con urgencia luego de un golpe en la cabeza. Sin embargo, el neurocirujano aclara que cuando el hematoma es crónico y evoluciona lentamente a lo largo del tiempo, “son contadas las ocasiones en las que el paciente puede morir por esta complicación”. Además, explica que la resolución de estos últimos trastornos no necesariamente requiere una cirugía para drenar la sangre, porque si el volumen no es muy grande, se puede reabsorber. “Se mantiene al paciente en una conducta expectante, para evaluar la progresión de la lesión y el camino a seguir”, puntualiza.

Cómo prevenir las caídas

Schapira, quien es miembro del Grupo Iberoamericano de Estudio de Caídas en el Paciente Mayor, hace incapié en las medidas de prevención de estos eventos, que involucran el uso de medicaciones y también la recomendación de que los pacientes hagan actividad física.

Hoy se sabe que la vitamina D, que se usa para tratar la osteoporosis, tiene también una actividad directa en el músculo, mejorando su fuerza. Por lo tanto, no sólo resulta beneficiosa para reducir el riesgo de fracturas, sino también de caídas”, explica. Existe una dosis mínima indicada formalmente para todos los mayores de 65 años –tengan o no osteoporosis–, que se administra en forma combinada con calcio. Pero ciertas personas, como las institucionalizadas, pueden requerir una mayor cantidad.

Ejercitar con regularidad es otra estrategia efectiva. Pero sobre cuál actividad elegir, Schapira advierte: “La mayor parte de los ejercicios aeróbicos, como caminar o andar en bicicleta, puede mejorar la parte cardiovascular pero no disminuir el riesgo de caídas”. Por eso, subraya las ventajas de otras disciplinas, como el Tai Chi, que además ayudan a mejorar el equilibrio. “Hay trabajos muy interesantes que indican que esta práctica disminuye el riesgo de caídas y fracturas”, señala y aclara que siempre se debe consultar al médico clínico para que evalúe cuál es el ejercicio más adecuado para la situación particular del paciente.

Los mayores también deben realizar una consulta anual al oftalmólogo, para actualizar la graduación de sus anteojos y maximizar su visión.  Es aconsejable usar calzado cómodo, que sujete bien el pie, y evitar las chinelas. En algunos casos, resulta necesario recurrir a un bastón o trípode, sobre todo como ayuda para caminar por la calle.

En el hogar, es conveniente sacar alfombras y mejorar la iluminación de los ambientes para reducir el riesgo de tropiezos. Además, se recomienda colocar barandas dentro y fuera de la bañadera o ducha, junto al inodoro y en todas las escaleras.

Vencer el miedo

Muchas personas que sufrieron caídas, aún cuando no se hayan lastimado, se vuelven temerosas de que estos episodios se repitan, lo que puede llevarlos a limitar sus actividades y así perder movilidad y estado físico. Esto no sólo termina por aumentar el riesgo de nuevos porrazos –un verdadero círculo vicioso–, sino que acarrea también una inhibición social y pérdida de independencia.

Asimismo, el miedo produce ansiedad y, como enfatiza Schapira, también influye de manera negativa en la recuperación de un paciente, lo cual puede hacer necesario recurrir a antidepresivos para manejar estas situaciones.

Por eso, para quienes trabajan en el tema, el impacto emotivo que genera una caída no debe subestimarse y es, sin dudas, otro obstáculo en el camino con el cual los abuelos deben tratar de no tropezar. 

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