El herpes zoster es una infección que se produce por la reactivación del virus de la varicela, que suele contraerse durante la infancia. El virus, que queda latente en las neuronas sensitivas que se acumulan en ganglios a lo largo de la médula espinal, no produce daño hasta que en el algún momento de la vida se reactiva, se desplaza por los nervios y llega hasta la piel.
Cualquier persona que haya contraído varicela está en riesgo de padecer herpes zoster aún en los casos en que la enfermedad no se haya manifestado de una manera clínica, es decir con ampollas. Por este motivo, una persona puede pensar que nunca la contrajo, pero la duda se resuelve con un simple análisis.
El herpes zoster se contagia exclusivamente por contacto con la lesiones de la piel, y lo que se transmite es la varicela, no la denominada “culebrilla”. Las personas mayores son las más propensas a contraer la enfermedad, cuyos síntomas consisten en sensación de hormigueo o dolor quemante en la zona donde van a aparecer las ampollas. El primer lugar de la infección, que se da en forma de cinturón, se ubica por lo general en la parte baja del tórax. También puede localizarse en la cara, donde aparecen pequeñas ampollas o ramilletes de vesículas que se distribuyen a lo largo del nervio sensitivo (dermatoma).
Inmediatamente antes de la erupción, se produce la migración del virus varicela-zoster desde los ganglios sensitivos hasta la piel, a través de los nervios sensitivos cutáneos, generando una intensa inflamación y dolor de tipo neurítico a su paso por el sitio afectado. Si bien existen tratamientos para aliviar la sensación, como analgésicos y fármacos, éstos distan de ser 100 % efectivos.
Cuando las lesiones se manifiestan en la cara, pueden comprometer el ojo y hasta llevar a una ceguera provisoria o, en algunos casos, permanente. Por ese motivo, la visita al oftalmólogo resulta indispensable. También podría verse afectado el nervio auditivo y que al paciente le cueste escuchar. Por último, la infección de los nervios faciales puede llevar a una parálisis transitoria de los músculos del rostro.
Generalmente las lesiones, desde que aparecen en forma de ampolla y evolucionan a costra, duran entre doce y catorce días. Sin embargo, el dolor puede persistir por meses o incluso años, hecho que se denomina “neuralgia posherpética”.
No se requieren análisis de laboratorio para detectar el herpes zoster, sino que se llega al diagnóstico en forma clínica, es decir, mediante el relato del paciente y la observación de la zona afectada. Por su parte, el tratamiento se realiza con drogas antivirales como aciclovir, valaciclovir y famciclovir, administradas por boca durante siete días.
Los tratamientos deben ser iniciados hasta las 72 horas de iniciados los síntomas y hacerse bajo prescripción y supervisión médica. Para obtener buenos resultados, se debe combatir la llamada “culebrilla” de manera precoz, y los medicamentos poseen muy pocos efectos adversos y son muy bien tolerados.
El herpes zoster puede contraerse a cualquier edad, pero es mucho más frecuente en la población de pacientes mayores de 60 años. Superados los 85, las posibilidades de contraer el virus ascienden a un 50 %. Además, aumenta también el riego si se presenta inmunocompromiso (como cáncer, VIH o trasplantes), en cuyo caso puede reactivarse el virus antes de los 50 años.
Las complicaciones también dependen de la edad. En pacientes mayores a 70 años, son bastante frecuentes y hasta podría incapacitarlos en las actividades diarias debido al dolor, que va de moderado hasta intolerable, y puede durar años. Otra complicación es la sobreinfección bacteriana, motivo por el cual hay que mantener las lesiones lo más limpias posible, lavándolas con agua y jabón, y evitando lociones astringentes.
Cuando afecta a personas con sistema inmunológico normal, el herpes zoster es una erupción autolimitada (es decir, suele resolverse sin tratamiento). Sin embargo, puede poner en riesgo la vida de personas que tengan su sistema inmunológico alterado, por ejemplo pacientes infectados con VIH, trasplantados o bajo tratamiento con drogas inmunosupresoras como quimioterápicos o corticoides en forma prolongada. En estos casos, el virus puede diseminarse a órganos vitales, como los pulmones o el cerebro, y provocar la muerte.
La enfermedad puede prevenirse mediante una vacuna contra varicela-zoster que se suministra en una dosis única, muy similar a la de la varicela pero más potente. Sólo puede ser aplicada a personas sanas y está contraindicada para paciendes inmunocomprometidos, ya que es una vacuna elaborada con virus vivos. Fue aprobada por la Administración de Alimentos y Drogas en los Estados Unidos (FDA), en 2006, donde ya figura en el calendario de vacunación para pacientes mayores de 50 o 60 años, al igual que en Europa. Es bien tolerada, disminuye la posibilidad de reactivación del virus y si se contrae, reduce las complicaciones causadas por el dolor). Si bien la vacuna todavía no llegó a nuestro país, se estima que estará disponible para 2011.