Los niños que tienen mala relación con sus madres son más propensos a sumar kilos de más mientras crecen, según revela un estudio. Sus investigadores siguieron a casi 1.000 chicos hasta su adolescencia y hallaron que más del 25% de los que registraban las menores calificaciones en un test que evaluaban la relación madre-hijo llegaban obesos a los 15 años, indican los resultados publicados en la revista Pediatrics. En cambio, sólo el 13% de los que tenían buena relación con sus progenitoras habían ganados muchos kilos.
Pese a que esto no prueba un vínculo de causa y efecto, los expertos señalan que otro trabajo demostró relaciones entre el desarrollo emocional e intelectual de los niños y la forma en que interactúan con sus madres a edad temprana. Al respecto, Sarah Anderson, quien trabajó en esl estudio, señaló que es posible que una infancia estresante pueda terminar generando marcas duraderas en el cerebro de los niños.
«Hay una coincidencia parcial en el cerebro entre las áreas que regulan el estrés y el equilibrio energético», expresó Anderson, de la Facultad de Salud Pública de la Ohio State University, en Columbus, EEUU. «Esta respuesta al estrés podría estar relacionada con la obesidad a través de la regulación del apetito», añadió.
El estudio se basó en 977 niños que fueron grabados mientras jugaban con sus madres a la edad de 1, 2 y 3 años. Los investigadores luego evaluaron la relación de los pequeños con sus progenitoras a partir de la capacidad materna de reconocer el estado emocional del chico y responder con calidez, así como la tendencia del nene de explorar su ambiente libremente, una medida de seguridad de la relación.
Un cuarto de los niños tenían una relación de «mala calidad» con sus madres, mientras que un 22 % logró registros perfectos en cada sesión.
A los 15 años, el 26% de los chicos con los problemas de relación eran obesos, el doble de lo registrado entre los jóvenes sin vínculos problemáticos con sus madres. Sin embargo, la brecha se achicó a medida que se tenían en cuenta más factores, como la educación materna y el ingreso familiar.
David Gozal, pediatra que no participó del estudio, coincidió con los hallazgos, aunque dijo que una alimentación poco saludable y la falta de actividad física y buen descanso jugarían roles clave en la obesidad adolescente.
Con todo, el estrés -tanto por reprogramación genética como por cambios conductuales- también tendría un impacto, y una mala relación madre-hijo podría ser parte de eso, añadió.
«Lo que se ve en la adultez es obviamente el efecto acumulado de lo que ha sucedido previamente en la vida», dijo Gozal, jefe médico del Hospital de Niños Corner en Chicago.
Hoy en día, el 17% de los niños y adolescentes de EEUU son obesos, según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por su sigla en inglés).