El 5 de junio de 1981, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los EEUU (CDC, por sus siglas en inglés) publicaron un trabajo que describía cinco casos de neumonía causada por el hongo Pneumocystis carinii (ahora llamado Pneumocystis jiroveci) en hombres homosexuales de la ciudad de Los Ángeles. Así, documentaron por primera vez lo que luego se conocería como síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida), enfermedad que se convirtió en una de las peores pandemias de la historia, con más de 60 millones de personas infectadas y 30 millones de muertes, y aún sin solución a la vista.
Algunos meses después de esta publicación, hubo nuevos reportes de casos de neumonía en individuos con otras afecciones, como infecciones oportunistas y sarcoma de Kaposi. Las personas comprometidas eran hombres que tenían sexo con hombres y usuarios de drogas endovenosas. Con el avance de los estudios epidemiológicos, rápidamente se comprobó que se trataba de una enfermedad transmitida por vía sexual y también por contacto con sangre y sus derivados, al detectarse también casos en personas con hemofilia o que habían recibido transfusiones.
Finalmente, en 1983, después de dos años de investigaciones desenfrenadas, un equipo de científicos franceses dirigido por el doctor Luc Montagnier encontró la causa: el virus de la inmunodeficiencia humana o VIH. Este descubrimiento le valió al investigador el Premio Nobel de Medicina en 2008.
El origen de la infección
El VIH tipo 1, la causa principal de la epidemia de sida, evolucionó a partir de un virus que cruzó la barrera entre especies, pasando del chimpancé al hombre. Otro virus, el VIH 2, se originó en un mono diferente, el sooty mangabey, y solo se encuentra en África Occidental.
Los análisis del VIH 1 sugieren que la transmisión ocurrió en África Central a comienzos del siglo pasado. Es factible que el hombre haya entrado en contacto con el virus simio a través, por ejemplo, de la caza, y que luego el virus se transmitiera de persona a persona hasta introducirse en Occidente en algún momento desconocido. A pesar de que la epidemia se inició en África Central, en la actualidad Sudáfrica es el país con mayor número de casos.
Un problema mundial
El origen y la expansión del VIH ofrecen una adecuada comprensión de la vulnerabilidad del hombre frente a las nuevas infecciones. La globalización y el desplazamiento de las personas a través de los viajes aéreos internacionales facilitaron la diseminación de la enfermedad. Además, su prolongado período de incubación permitió la transmisión generalizada del VIH antes de que se identificara la epidemia y se pudieran implementar medidas preventivas.
Por eso, la respuesta al VIH/sida simboliza un nuevo paradigma de salud global: los temas médicos se convirtieron en un problema mundial y no de los países en particular. Además, la nueva epidemia repercutió en la globalización de la ciencia y la investigación, generó mayor interrelación entre las diferentes especialidades de la Medicina –en especial, la Virología y la Inmunología se desarrollaron exponencialmente–, mejoró el diagnóstico y tratamiento de otras enfermedades y jerarquizó la prevención en materia de salud sexual y reproductiva.
Con relativa celeridad, se descubrieron tratamientos que, aunque no logran la cura, permiten salvar la vida de las personas con sida. A partir de la aprobación en 1987 de la zidovudina o AZT, se desarrollaron luego diferentes drogas antirretrovirales y esquemas de tratamiento más efectivos. Los grandes esfuerzos de los gobiernos junto a las donaciones e iniciativas de organizaciones filantrópicas y de organismos no gubernamentales favorecieron el uso de medicamentos genéricos a precios accesibles para las comunidades de bajos recursos y los países en vías de desarrollo. También fue fundamental la lucha y el activismo de las comunidades vulnerables, cuyo mensaje “nada para nosotros sin nosotros” refleja el compromiso y la insistencia de estos grupos para ser incluidos y participar en los programas de prevención y tratamiento.
Por otra parte, se intensificaron y expandieron las estrategias para prevenir la transmisión del VIH, fundamentalmente las campañas de educación sexual y uso del preservativo, las intervenciones para evitar el contagio madre-hijo, el control de las transfusiones de sangre y plasma, los programas de rehabilitación y de educación para usuarios de drogas intravenosas, y los controles de salud y la educación de los trabajadores sexuales.
Visión a futuro
A pesar de los logros alcanzados, aún quedan desafíos importantes por conquistar. Después de más de 25 años de investigación, todavía no se logró desarrollar una vacuna efectiva. Y aunque se hacen esfuerzos y enormes inversiones monetarias en programas de prevención, aún se contagian el VIH alrededor de dos millones y medio de personas por año. Además, se estima que solo un tercio de los individuos que necesitan tratamiento (según las recomendaciones de la OMS) lo recibe.
Otro problema a resolver son las infecciones oportunistas, es decir, cuya ocurrencia se ve favorecida por el VIH. La tuberculosis sigue flagelando y matando a personas con sida, especialmente en África, por dificultades en el diagnóstico y el desarrollo de resistencia a las drogas para su tratamiento. Por último, continúan las luchas por el respeto de los derechos humanos en países donde persisten la inequidad y la discriminación de las comunidades afectadas.
Más allá de las asignaturas pendientes, los avances de estas primeras décadas lograron prevenir millones de infecciones y salvaron otras tantas vidas. Es probable que el VIH/sida siga presente y muchos no lleguen a conocer el final de la historia. No obstante, la respuesta mundial a la epidemia quedará como un hito contra el cual se medirán futuras amenazas a la salud.
Fuente: Reflections on 30 years of AIDS. Artículo publicado en 2011 en la revista Emerging Infectious Diseases.