La XVII conferencia ambiental de Naciones Unidas sobre cambio climático concluyó con un paquete de acciones, entre ellas implementar el segundo período del Protocolo de Kioto. La prórroga fue suscrita junto al establecimiento de una hoja de ruta para otro instrumento jurídicamente vinculante en 2015, con metas de mitigación cuantificadas, y que, a diferencia del pacto de Kioto, no sólo incluya a países desarrollados.
El Protocolo de Kioto es un documento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) y un acuerdo internacional que propone reducir las emisiones de seis gases que contribuyen al calentamiento global. Éstos son el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso, y tres gases industriales fluorados: hidrofluorocarbonos, perfluorocarbonos y hexafluoruro de azufre. La reducción global debe ser de al menos un 5%, dentro del período que va desde el año 2008 al 2012 (primera etapa del acuerdo), en comparación a las emisiones del año 1990 (definido como año base). El objetivo principal de este acuerdo es estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera a efectos de minimizar interferencias con el sistema climático. A su vez, facilitar a los países con compromisos a alcanzar sus metas y permitir que, aquellos estados que no las poseen, participen en el proceso.
En diálogo con DocSalud.com, el ingeniero ambiental Ignacio Barutta evalúa los resultados del encuentro internacional que finalizó el 11 de diciembre pasado: “Independientemente de los resultados generales, que siempre pueden estar más o menos inclinados en favor de unos u otros países, es importante y muy valioso el hecho de que dichas negociaciones estén en pié. Más aún, en el marco de una problemática cuyos efectos son de carácter global, como lo es el cambio climático”.
Además, Barutta piensa que se pudo avanzar en algunos aspectos, como por ejemplo, en la implementación de los acuerdos de Cancún, de lo que se desprende la decisión de asignar al “Green Climate Fund” aproximadamente 100 mil millones de dólares para financiar la implementación de proyectos, programas y políticas para países en vías de desarrollo, o bien definir el futuro del Protocolo de Kioto.
Uno de los acuerdos conseguidos durante la conferencia fue la puesta en vigor del segundo capítulo del Protocolo de Kioto, proyectado para el 1 de enero de 2013. Hasta el momento, este instrumento legal de la Convención contemplaba un primer período de compromiso de reducción de emisiones establecido entre 2008 y 2012. Es decir, que en caso de no definirse una nueva etapa, no habría obligación de cumplir con la restricción en las emanaciones de gases de efecto invernadero (GEI), concluido dicho período.
Barutta considera como un punto positivo de este encuentro la definición de un nuevo período de compromiso ratificable. “Esto significa que aquellos países que lo avalen quedarán comprometidos a reducir sus emisiones. El nuevo período se establecerá entre 2013 y 2017, o bien 2020. Esta decisión es relevante porque da lugar a que un proceso en el que se ha puesto mucho esfuerzo humano e invertido muchos recursos económicos a efectos de contribuir a mitigar los efectos del cambio climático pueda tener continuidad con un espíritu de negociación y consenso mundial”, aclara.
En relación al primer capítulo del Protocolo de Kioto, Barutta considera que “fue una experiencia de aprendizaje en términos de generar conciencia, conocimiento y promover la implementación de políticas y medidas para combatir el cambio climático”. Además, explica que los proyectos de reducción de emisiones, como el Mecanismo para un Desarrollo Limpio (MDL), permitieron implementar una cantidad de proyectos de reducción de emisiones en países que, aunque ratificaron el Protocolo, no poseen obligaciones cuantificadas (países no incluidos en el Anexo B del Protocolo). De la misma manera ha dado lugar a que éstos y sus empresas pudieran acceder a tecnologías que, sin los beneficios del MDL, posiblemente no se hubieran implementado. Como evaluación general, resume: “Más allá de algunos aspectos que pudieran ser objeto de crítica, ha sido una experiencia en líneas generales positiva, que merece continuidad en el tiempo a efectos de potenciar los avances y corregir los errores”.
El efecto invernadero y su impacto en la salud
Según cifras publicadas por la ONU, se prevé que la temperatura media de la superficie del planeta aumente entre 1,4 y 5,8 °C de aquí a 2100. Además, se estima que el impacto en la salud de las personas será de gran magnitud, en particular en lo referente a la carga de enfermedades infecciosas transmitidas por el agua y por vectores, como por ejemplo, los insectos.
El cambio climático se produce por un desbalance entre la radiación que ingresa y la que egresa de la atmósfera. Una parte de la energía solar que ingresa es re-emitida como rayos infrarrojos. Estos rayos son absorbidos por los GEI, a través un proceso que libera calor. Estos gases son generados por el ser humano, por el uso de combustibles fósiles, entre otros. Los mismos se concentran de manera excesiva a nivel atmosférico debido a un desequilibrio entre los niveles de emisión y captación. Este fenómeno se ve incrementado no solo por las grandes cantidades emitidas sino además por la pérdida de sumideros, que absorben el carbono de la atmósfera reduciendo así la cantidad de dióxido de carbono del aire. Esto ocurre, por ejemplo, como consecuencia de la deforestación, situación que en su conjunto lleva a un incremento de la temperatura terrestre.
Barutta explica: “Si bien el efecto invernadero es natural y necesario para regular la temperatura y permitir la vida, se ve potenciado por las actividades humanas, como el transporte, la fabricación y el uso de productos, y la generación y el consumo de electricidad. Esto llevaría a un incremento desmedido de las concentraciones de GEI en la atmósfera, generando así un desbalance que puede dar lugar a que la variación en la temperatura sea desmedida también”.
El cambio climático afecta la salud de varias maneras, mediante los efectos adversos sobre el ambiente y la variación abrupta de las condiciones a las que el ser humano y los demás organismos se encuentran habituados. Algunos ejemplos son las inundaciones debidas a alteraciones repentinas en los regímenes de precipitaciones, los períodos de sequia infrecuentes o bien no esperables en el corto plazo, la pérdida de cosechas y la propagación de enfermedades tropicales en zonas no habituales. Además, advierte Barutta, “gran cantidad de actividades desarrolladas por el hombre que contribuyen a la emisión de GEI, también emiten otros gases que generan una afección directa a la salud humana y que se encuentran habitualmente regulados (como los contaminantes locales)”.
Según un informe de la OMS, las regiones más afectadas son los países emergentes, a pesar de que los mayores responsables de la emisión de gases con efecto invernadero son los países desarrollados, como EEUU, y con economías en expansión, como China y la India. Las estimaciones indican que, para el año 2030, aumentarán en un 10% las enfermedades por diarreas, afectando mayoritariamente a infantes y niños. También prevén que, si la temperatura terrestre aumenta entre 2 y 3°C, la población en riesgo de padecer malaria aumentará en un 3 a 5%, lo cual representa millones de personas afectadas por esta infección cada año.