Me impactó leer el mes pasado un artículo del New York Times que mencionaba que, en la actualidad, más de 7 millones de norteamericanos mayores de 65 años se encuentran activos en el mercado laboral, una cifra que duplica los registros de hace 15 años. Y mientras que desde el inicio de la Gran Recesión la ocupación de puestos de trabajo se redujo significativamente para los sectores más jóvenes de la población estadounidense, para este grupo etario aumentó en un 25%.
En parte, la extensión de la expectativa de vida puede explicar este notable incremento: hoy se llega a edades más avanzadas con mejor salud y mayor capacidad laboral. Asimismo, como indica Steven Greenhouse, periodista que elaboró el informe, en EEUU la economía viró de trabajos físicamente agotadores a puestos menos extenuantes en el sector de los servicios, lo que permite una mejor inserción de los adultos mayores. Y para quienes aman lo que hacen y mantenerse activos, el beneficio es enorme.
Tal es el caso del doctor Rafael Garza, quien a los 87 años todavía trabaja como médico en el estado de Texas. En el testimonio que brindó al periódico, reconoce que “ama ejercer la medicina”. Sin embargo, cuenta que, dada la exigencia física que le implicaba ser médico de familia y atender pacientes a domicilio, decidió cambiar de especialidad. Así, hizo una serie de cursos sobre cuidado de heridas y, desde entonces, se encarga del seguimiento del estado de estas lesiones en pacientes internados en un centro médico.
Sin embargo, para muchos adultos mayores de EEUU, trabajar es una necesidad más que una cuestión de vocación y placer. Según una encuesta realizada por la Sociedad de Actuarios de ese país, un 51% de los consultados dijeron que trabajaban para aumentar sus ingresos, porque lo que reciben a través de la Seguridad Social, luego de jubilarse, no les alcanza para vivir.
En este sentido, conmueve la historia de Patricia Cotton, quien durante cerca de 30 años depositó dinero en su Cuenta Personal de Jubilación (en inglés, Individual Retirement Account) y se la confió a un corredor de bolsa. Éste la involucró en inversiones de alto riesgo y, al llegar la recesión, Cotton perdió cerca de 150 mil dólares, un capital con el que pensaba suplementar los 1.200 mensuales que recibe de la Seguridad Social. Así, su deseo de jubilarse a los 65 quedó truncado y hoy, a los 72, sigue manejando 45 minutos diarios para llegar a su trabajo como cuidadora nocturna de una mujer enferma.
Recuerdo una frase de Malcolm Forbes, editor de la revista Forbes, que dice: “La jubilación mata a más gente de la que alguna vez mató el trabajo”. En efecto, mantener la mente y el cuerpo activo trae muchos beneficios. Por eso, ya sea que uno continúe dedicándose a su profesión, o encuentre nuevos oficios, hobbies o actividades, es importante ocupar el tiempo durante la edad adulta. Y si disfrutamos de lo que hacemos, podremos transitar esta etapa con mayor plenitud.