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Un freno al dolor crónico

Por molesto o incómodo que resulte el dolor, la mayoría de las veces, cumple una función. Consiste en un mecanismo de advertencia que tiene el cuerpo para protegerse de un agente que está provocando un daño o bien para indicar que algo falla. Otras veces, el sufrimiento no sirve a ningún fin específico y puede afectar seriamente la vida física y social de una persona, si no se adoptan medidas para calmarlo.

 

En términos esquemáticos, existen dos tipos de dolor: el dolor agudo y el dolor crónico. El primero tiene una duración corta y suele producirse en respuesta a una lesión, un traumatismo o a un daño en algún órgano o tejido, por ejemplo. Tiene un objetivo determinado: las señales que transmite alertan a la persona acerca del inconveniente.

 

Cuando una persona se dobla un pie, el malestar apunta a que no se vuelva a apoyar el área hasta que los efectos de la lesión hayan desaparecido. Por eso es que cumple una función importante y debe prestársele atención. Seguir utilizando esta parte del cuerpo a pesar del padecimiento agravará el problema.

 

Por otro lado, el dolor crónico es aquel que se prolonga en el tiempo, a veces, de por vida. Es característico de ciertas enfermedades, como la artrosis o el cáncer, pero sin que tenga un propósito específico. Ya no es una señal de advertencia sino una sensación que provoca malestar de menor o mayor intensidad, y que puede repercutir en el estado físico y anímico de la persona.

 

Ante la aparición de un dolor nuevo, lo fundamental es identificar la causa. Es decir, la pena es secundaria, se produce en respuesta a un estímulo, no se presenta por sí sola. Una vez que se detecta el problema, el tratamiento, por lo general, hará que desaparezca la molestia.

 

En los casos de dolor crónico, cuya causa no tiene cura, es importante recurrir al médico e intentar encontrar formas de aliviarlo. Un sufrimiento persistente que se vuelve cada vez más intenso afectará la movilidad y el sueño, y limitará las actividades que puede hacer la persona, lo cual, a su vez, repercutirá en el estado de ánimo.

 

El dolor, en sí, es una experiencia subjetiva difícil de medir. Además de la molestia física que genera un problema en el cuerpo, está también el grado de tolerancia que tiene cada persona frente a esta sensación. No hay estudio ni medición que permita establecer cuánto dolor siente una persona, pero ello no significa que sea menos real que otros problemas.

 

Una idea errónea que tienen ciertas personas es que hay que soportar el dolor. Sin inclinarse al otro extremo de usar analgésicos ante la mínima molestia, la pena persistente no es algo que deba sobrellevarse sin ayuda. Una consulta al médico permitirá analizar cuál es la mejor opción.

 

Entre las herramientas disponibles para tratar el dolor se encuentran distintos tipos de medicamentos, las técnicas de relajación, la actividad física, los ejercicios de respiración y las compresas frías o calientes. Además, es fundamental reducir el nivel de estrés así como mantener una actitud positiva ayuda a que el dolor sea más leve, el estrés, la angustia y la depresión lo empeoran.

 

Un dolor que se “soporta” durante mucho tiempo podría tener consecuencias irreversibles en la salud de la persona y en su estado anímico, y a su vez es capaz de afectar las relaciones con los amigos y los familiares. Pedir ayuda para aliviarlo  no es un signo de debilidad; es optar por una mejor calidad de vida.

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