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Los propiedades de los 3 frutos patagónicos que la ciencia está descubriendo ahora

Cuáles son las frutas patagónicas que están estudiando los científicos (Foto: Pixabay)

Cuáles son las frutas patagónicas que están estudiando los científicos (Foto: Pixabay)

El maqui, además de volver la boca morada una vez que se lo muerde, es una fuente excepcionalmente rica en antocianinas, un pigmento natural y potente antioxidante.

De hecho, las bayas de maqui contienen uno de los valores más altos de capacidad de absorción de radicales de oxígeno (CARO), el método más común para medir las cantidades de antioxidantes de cualquier fruta conocida.

Es más alto que el de las llamadas «superfrutas» como la granada o el azaí (un fruto de una palmera nativa del norte de Sudamérica).

Si bien los mapuches conocían desde hace mucho tiempo que estos alimentos autóctonos tienen propiedades especiales, ahora los científicos también están empezando a descubrirlo.

El maqui es solo una de las más de dos decenas de bayas patagónicas que han comenzado a estudiar en detalle.

Una de las frutas más famosas, la frutilla, tiene su origen aquí (lo que comemos hoy es un cruce entre la frutilla Virginia y la chilena)

La esperanza es que, a medida que más personas conozcan las poderosas propiedades de las bayas patagónicas, puedan encontrar nuevos hogares en los estantes de los supermercados fuera de la región.

Leyenda indígena

De todos los frutos nativos de la Patagonia, el maqui (Aristotelia chilensis), la murta (Ugni molinae) y el calafate (Berberis microphylla) han recibido la mayor atención tanto por sus peculiares sabores como por sus posibles beneficios para la salud.

El jugo de estas bayas poderosas era como una forma antigua de las actuales bebidas energéticas que usaban antes de las batallas y expediciones los mapuche, los tehuelche, los selk’nam y otros grupos indígenas.

Los visitantes de los parques patagónicos populares como Torres del Paine en Chile o Los Glaciares en Argentina pueden estar más familiarizados con el calafate, ya que la pequeña baya azul se encuentra en abundancia en las rutas de senderismo.

También está profundamente arraigado en el folklore local: la leyenda dice que cualquiera que coma la baya de calafate agridulce se verá transportado de regreso a los escarpados paisajes de la Patagonia en un futuro cercano.

La historia tiene su origen en un cuento de los indígenas Tehuelche, que habitan el extremo sur del continente, y creen que un antepasado se convirtió en un arbusto de calafate para dar a los ancianos la energía necesaria para sobrevivir a los largos viajes.

La murta es una fruta más aromática, similar a una hierba, que se encuentra un poco más al norte, principalmente en el lado chileno de los Andes.

De la misma familia botánica que la guayaba, se parece más en tamaño y color a un arándano.

Se dice que la reina Victoria quedó tan cautivada por este manjar sudamericano que lo hizo cultivar en Cornualles, en el siglo XIX, específicamente para su mesa.

Tintura y medicina

«Nuestros antepasados ​​también usaban estos frutos como tintura natural para textiles y medicinas», dice una oriunda de la zona a BBC Mundo. «El fruto puede ayudar con las úlceras de estómago y se pueden moler las hojas hasta convertirlas en una pasta para curar heridas o problemas dentales».

Las bayas como el maqui también se utilizaron históricamente por sus propiedades antisépticas, antidiarreicas y antipiréticas (reductoras de la fiebre). Así que resulta que las frutas nativas pueden tener aún más usos.

Beneficios adicionales

Los investigadores Guillermo Schmeda Hirschmann y Cristina Theoduloz, ambos de la Universidad de Talca en Chile, se interesaron por primera vez en las bayas regionales al estudiar las frutillas nativas (Fragaria chiloensis), que vienen en variedades rojas y blancas.

Esos estudios dieron paso a otros nuevos sobre frambuesas chilenas (Rubus geoides) y otras frutas silvestres con primos más comunes, incluidas las grosellas nativas (Ribes magellanicum).

El equipo formado por marido y mujer (ella es bióloga y él es químico) ha viajado por la Patagonia desde su casa en Talca hasta los rincones más lejanos de Tierra del Fuego en busca de bayas olvidadas, muchas de las cuales están desapareciendo junto a los bosques nativos.

Theoduloz ha dedicado gran parte de su vida a estas bayas que describe de la misma forma en que un sommelier hablaría de vino.

«El calafate es dulce y un poco astringente con un sabor más ácido», dice.

«Si hablamos de la frambuesa autóctona, es muy similar a la comercial, pero es más ácida con un aroma más fuerte, casi como un perfume… Si lo comparas con el de la murta, es un aroma y sabor completamente diferente; no hay nada más en América del Sur que sepa a eso».

Hirschmann dice que más allá de tener buen sabor, las sustancias contenidas en muchas de estas bayas nativas pueden inhibir las enzimas asociadas con el aumento de azúcares o de lípidos, lo que las hace útiles para quienes padecen enfermedades metabólicas como diabetes, presión arterial alta o inflamación crónica.

«Si comes esas bayas, reducirás la cantidad de azúcar que absorberán tus órganos», explica. Lo mismo ocurre con los lípidos. Algunos de los compuestos contenidos en las bayas reducen la cantidad de estrés oxidativo asociado con el consumo de carne roja».

La investigación de Theoduloz y Hirschmann también ha demostrado que algunos de estos frutos tienen efectos antiinflamatorios, mientras que otros investigadores han descubierto que pueden ayudar con el manejo de enfermedades cardiovasculares y trastornos respiratorios, así como contrarrestar el envejecimiento de la piel.

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