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“Es mi raye”: ¿Somos prisioneros de la neurosis por minimizarla?

La neurosis puede ser progresiva y discapacitante. (Foto: Pixabay)

¡Ya sé, es mi raye, bancame!”, les decimos a nuestros amigos o, peor, a nuestra pareja. “Si soy así, qué voy a hacer”, dice la letra del tango. Parece que, con ese argumento, muchas limitaciones, malos tratos o simplemente caprichos quedan justificados.

No hace tanto tiempo que hemos descubierto y legitimado los efectos devastadores del estrés, y cada vez reconocemos más la necesidad de prevenirlo y tratarlo. Sin embargo, si bien hace años que conocemos los síntomas de los distintos tipos de neurosis, aún falta conciencia acerca del daño que producen en la salud, los proyectos vitales y los vínculos.

Esas formas de locura que no parecen demasiado graves son enfermedades psíquicas y empiezan en la infancia al no poder resolver ciertos conflictos emocionales. Algunos sentimientos y experiencias dolorosos se reprimen, se olvidan, se hacen inconscientes, pero sus efectos reaparecen a través de gran cantidad de actitudes y síntomas. Y para cada persona, éstos se expresarán en alguna de estas tres áreas: el cuerpo, la mente y la relación con el mundo.

Aunque se pueden combinar en una misma persona varios de estos trastornos. Algunos expresan su rabia, tristeza o ansiedad con dolores y molestias físicas: contracturas musculares, problemas digestivos, insomnio, dolores de cabeza, conflictos con la sexualidad. Esa expresión a través del cuerpo es lo que llamamos neurosis histérica.

Otros viven en un estado de preocupación permanente, con ideas recurrentes, ansiedad, dudas interminables para tomar decisiones, pensamientos sin salida. También con la necesidad de organizar rituales fijos y absurdos para realizar actividades cotidianas. La eterna ruedita del hámster que los lleva al agotamiento mental y a la postergación de proyectos y desafíos. Allí estamos hablando de la neurosis obsesiva.

Y están los que tratan de evitar lugares o actividades necesarias para su vida o tienen miedo de hablar con otros. Aplazan un trámite simple, no se animan a enfrentar una entrevista laboral o una reunión social y les cuesta hacer amigos o formar pareja. Fobia es el nombre de este tipo de neurosis.

Todos estos síntomas conducen a la angustia, el malhumor, la insatisfacción y la pérdida del entusiasmo y la alegría de vivir. ¿Raye? ¿Capricho? No. Una discapacidad emocional progresiva e invalidante.

Hoy sabemos, y cada uno sabe por experiencia, que son conductas que no podemos manejar a través de una decisión voluntaria. También se dice que hay que aprender a convivir con esas limitaciones. Esta explicación puede servir de excusa para pedir la tolerancia de los demás: “Me atrasé en entregarte el trabajo porque soy muy obsesivo”, “me siento mal, pero sé que es pura angustia”, “¿podés hablarle vos porque yo no me animo?”.

Sin embargo, es necesario saber que las neurosis no son sólo enfermedades con cierto grado de discapacidad psicológica, un modo de ser más o menos estable. Éstas se hacen progresivas, ocupando cada vez más espacio y deteriorando la vida de las personas.

Los síntomas físicos se multiplican y agravan, con riesgo para la salud. Las obsesiones mentales y los rituales se complican y ocupan cada vez más tiempo, a costa de la productividad y el bienestar. Los miedos y fobias aíslan del mundo y la vida social, estrechando el horizonte y condenando al deterioro económico y la soledad afectiva.

Librada a su curso, la neurosis se cristaliza en rasgos de carácter. Y esas partes del ser pierden flexibilidad, sensibilidad, permeabilidad y adaptabilidad a lo nuevo.

A lo largo de los años, esta artrosis de la personalidad nos transforma en caricaturas de nosotros mismos, en las que sólo se destacan a gruesos trazos nuestros defectos y virtudes. Virtudes que, llevadas a un exceso, son también reflejos de la neurosis, cuando decimos con orgullo “soy muy exigente y perfeccionista” o “soy muy selectivo en cuanto a los lugares que elijo”.

Y no es casual que sean esos rasgos de carácter, marcados y exagerados, los que nos impiden entrar en sintonía con los otros. Los que nos hacen difíciles, y a veces insoportables para los demás.

Cada uno tendrá que ser consciente de que estas molestias necesitan algún tipo de ayuda para trabajar sus limitaciones, revisar sus bloqueos y miserias, explorar su mundo interior y su historia. Porque la enfermedad progresa. Y las alternativas son una discapacidad creciente, con los fracasos afectivos y laborales que la acompañan o una vida ampliada por múltiples intereses, proyectos y expectativas.

 

*Sonia Abadi es Psicoanalista e Investigadora en Innovación y redes humanas. Este texto es un extracto de su libro “La progidiosa trama”.

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