En el aislamiento, Cronos -dios del tiempo, encargado del orden secuencial, de la cronología y de las horas- se ha hecho a un lado para dar lugar a una vivencia más ligada a la introspección y no tanto a la productividad, o por lo menos a la productividad material, que también se ha visto notoriamente alterada.
En este escenario, en el que nuestros movimientos se encuentran restringidos, todos hemos comprobado que soñamos más y con mayor intensidad. Se están dando importantes movimientos en la esfera mental de las personas, como si estuviéramos pasando del “actuar” al “pensar”. Por ejemplo:
• El extrañar, que no es una enfermedad ni un signo de debilidad. Por el contrario, extrañar a un ser querido significa que hemos podido construir su imagen en nuestra mente y que podemos hacer un “buen uso” de ella cuando la necesitamos.
• La fantasía, el imaginarse al otro, el “pensarlo”, conservarlo en nuestra mente y poder ejercitar la capacidad de espera en relación al encuentro.
• El detenerse a sentir, ya sea tristeza, miedo, añoranza, angustia, y el poder identificar las distintas cualidades de esos sentimientos.
• El recuerdo. Se ha instalado la costumbre de buscar fotos del pasado, de la infancia o adolescencia, de viajes realizados o encuentros compartidos con personas queridas. También se ha inventado el “juego” de sacarse fotos familiares en las mismas posiciones que cuando los hijos eran chicos, y los padres eran más jóvenes.
Todos estos son ejercicios mentales para los cuales antes, paradójicamente, no había “tiempo”. Porque aunque cueste creerlo, el “pensar” estaba en vías de extinción.
Se estaba diluyendo también la profundidad en los vínculos. En la era de las relaciones efímeras o superficiales, del “amor líquido” (descripto por Zyngmunt Bauman), en la vorágine de la productividad y la inmediatez, se venía perdiendo algo del funcionamiento afectivo entre las personas.
Se ha instalado, por ejemplo, la costumbre de llamar o mandar un mensaje para preguntar “¿cómo estás?”, sólo para eso. Algo tan sencillo y tan profundo a la vez.
También sé de muchas historias de personas que han recuperado amistades de su pasado, o se han revinculado con familiares que están en otros países, gracias a las posibilidades de la comunicación virtual. Algo del orden de la capacidad de cualificación de las relaciones y de los afectos parecería también haberse puesto en marcha.
Es verdad que existe el hambre de piel o de abrazos, pero no da lo mismo imaginarse abrazar a cualquiera. A esta altura, todos estamos haciendo nuestra “lista de abrazos”, seleccionando a quien vamos a ir corriendo a abrazar cuando todo esto termine…
Y, por último, algo que he escuchado reiteradamente en este tiempo de encierro e incertidumbre es la necesidad de un balance personal: una mirada retrospectiva de la vida que permite la pregunta ¿cómo hemos vivido?, ¿qué tenemos pendiente? La preocupación por trascender en los otros, por qué tipo de “huellas” hemos dejado en los demás, la culpa y -en algunos casos, el arrepentimiento- la necesidad de “reparar” acciones erradas. Si puede hacerse de este tiempo de crisis un uso resiliente, bien puede ser un momento de redefinición del pasado, del presente y del futuro y, por lo tanto, de redefinición del “yo”. De encontrarse con una mejor versión de uno mismo, en el mejor de los casos.
(*) La licenciada María Fernanda Rivas es psicóloga, psicoanalista e integrante del Departamento de Pareja y Familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Es autora del libro “La familia y la ley. Conflictos-transformaciones”.