El impacto de los pies contra el suelo al caminar, y no solo al correr como se creía hasta ahora, puede ayudar a controlar el riego sanguíneo del cerebro y hacer que le llegue más cantidad, según una investigación presentada hoy.
Los investigadores de la Universidad Highlands de Nuevo México (NMHU, por su sigla en inglés) expusieron los resultados de su estudio en la reunión anual de APS de Biología Experimental 2017.
Este mismo equipo investigador y otros ya habían descubierto que cuando una persona corre el impacto de sus pies contra el suelo produce ondas de presión a través de las arterias que se sincronizan con el ritmo cardíaco y el de la zancada para regular de manera dinámica la llegada de sangre al cerebro.
En el estudio actual calcularonel flujo de sangre que llegaba a los dos hemisferios del cerebro de 12 adultos jóvenes, estando de pie y caminando rápido (un metro por segundo), a partir de las mediciones de la velocidad de las ondas de la sangre en la carótida interna y del diámetro de las arterias de cada uno de los adultos hechas con técnicas de ultrasonido.
Así determinaron que, aunque el impacto de los pies al caminar es menor que al correr, el andar produce igualmente ondas de presión en las arterias que significativamente aumentan el riego sanguíneo al cerebro, un efecto que no es tan visible en el ciclismo debido a que no hay impacto de los pies contra el suelo.
«Estos nuevos datos dan a entender de manera clara que el flujo sanguíneo cerebral es muy dinámico y depende directamente de las presiones cíclicas en la aorta que interactúan con los pulsos de presión en dirección contraria que produce el impacto de los pies», indica el texto.
«Hay un continuo de efectos hemodinámicos sobre el flujo de sangre al cerebro humano cuando se pedalea, se camina o se corre. De una manera especulativa se puede afirmar que esas actividades pueden optimizar la perfusión (alimentación de las células con oxígeno y nutrientes) y el funcionamiento del cerebro y en general la sensación de bienestar durante el ejercicio», señala el estudio.
Para Ernest Greene, que dirigió la investigación, lo que es «sorprendente» es que se haya tardado tanto en medir esos «obvios efectos hidráulicos sobre el flujo de sangre en el cerebro».
De acuerdo con el científico, hay un ritmo optimizador entre el «riego de sangre al cerebro y moverse».
El ritmo de las zancadas y el impacto de los pies están en el rango de un ritmo cardiaco normal (unos 120 latidos por minuto) cuando una persona se mueve con energía, concluyó.