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Flexitarianos: una tendencia foody que suma seguidores

Los flexitarianos basan su alimentación en vegetales pero no rechazan los productos de origen animal. (Foto: Pixabay)

Cuesta sacarnos las etiquetas, y cuando no encontramos ninguna que encaje con nosotros, las creamos. Así sucede con nuestra alimentación. Nos proclamamos omnívoros, ovolactovegetarianos, ovovegetarianos, lactovegetarianos, veganos, crudívoros, frugívoros y la lista sigue. En los últimos tiempos el término flexitariano, que existe hace muchos años, fue ganando popularidad y sumando cada vez más adeptos.

Esta denominación agrupa a quienes sin destituir por completo los alimentos de origen animal llevan una alimentación basada principalmente en comestibles del mundo vegetal, y reducen así el consumo de proteína animal en cantidad y frecuencia.

Uno de los impulsores más grandes de esta tendencia fue Paul McCartney, quien, a través de la campaña Meet free Monday (lunes sin carne), fomenta una alimentación con menos contenido de carne con el objetivo de crear conciencia sobre el impacto de los consumos sobre el ambiente, específicamente en el cambio climático, la conservación de recursos naturales y la salud. Sin embargo algo que caracteriza el flexitarianismo es que no hay normas. No existe en realidad un día apto o no apto para el consumo de carne y derivados del reino animal y la cantidad y frecuencia no está determinada.

El patrón alimentario de los flexitarianos se define principalmente por un alto consumo de vegetales, granos enteros, frutas, legumbres, frutas secas, semillas y una cantidad de carne y proteína animal sustancialmente menor a la habitual. Aquellas preparaciones en las que se incorpora la carne tienen la particularidad de que este alimento no es el protagonista del plato.

Este tipo de alimentación basado en plantas no es una variante del vegetarianismo sino que es una identidad diferente. El consumo de carne por parte de los flexitarianos no se representa como una desviación ni genera sentimiento de culpa.

Además del interés por el cuidado ambiental, este tipo de alimentación tiene que ver con la búsqueda de un tipo de alimentación saludable, con menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, y prevención del cáncer y otras afecciones crónicas no transmisibles.

Hace ya varias décadas, surgió mucho interés por la dieta mediterránea por su relación con un menor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Ésta se conforma con platos típicos de los países que costean el Mar Mediterráneo elaborados principalmente con vegetales, legumbres, granos enteros y frutas y una menor proporción de huevos, pescados, aves y lácteos, limitando al máximo el consumo de carne roja. Se puede decir entonces que la dieta mediterránea es un tipo de alimentación flexitariana.

¿Pero qué hay de cierto en la fundamentación de que esta forma de consumo podría ser más saludable?

La evidencia más reciente sugiere que el consumo de algunos alimentos en cantidades excesivas puede convertirse en un factor de riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles, mientras que hay alimentos con comprobado efecto protector.

El consumo de granos enteros, legumbres, frutas y verduras, frutos secos y semillas se asocia a menor ganancia de peso en el tiempo por su alto contenido de fibra que favorece a una digestión más lenta y mayor saciedad, además, el alto aporte de fibra mejora la sensibilidad a la insulina y previene la diabetes. Los granos enteros se asocian a mejores resultados cardiometabólicos, las legumbres tienen un efecto positivo en la reducción de los niveles de presión arterial, y colesterol. El consumo de frutas y verduras se vincula con menor riesgo de enfermedades no transmisibles, incluida la hipertensión, la enfermedad cardiovascular, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, el cáncer de pulmón y el síndrome metabólico.

El efecto en la salud del consumo de carnes depende no solo de la cantidad sino del tipo de carne consumida. Las carnes de ave no tienen relación significativa con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, pero las carnes rojas y los pescados tienen efectos muy diferentes.

La carne roja por su parte se asocia con mayor mortalidad por enfermedad cardiovascular y accidentes cerebrovasculares (ACV). La ciencia recomienda disminuir su consumo, especialmente las procesadas, por su elevada proporción de sodio y aditivos. La reducción en su ingesta está directamente asociada con un menor riesgo de algunos tipos de cáncer, enfermedad cardiovascular, obesidad y además contribuye a prevenir la diabetes mellitus.

Por otro lado, el pescado tiene un efecto protector para la salud del corazón, su consumo mejora la presión arterial, la frecuencia cardíaca y la función endotelial y se asocia a menor riesgo de cardiopatía coronaria mortal.

Respecto a otros alimentos de origen animal la evidencia afirma que la ingesta de hasta un huevo por día no se asocia a un mayor riesgo cardiovascular, especialmente cuando el consumo de carne es bajo y los lácteos mejoran sustancialmente la ingesta promedio de ciertas vitaminas y minerales. El consumo de yogur, por su parte, se asocia con menor riesgo de aumento de peso, obesidad, diabetes mellitus y enfermedades cardiovasculares.

Aún sin llevar una alimentación flexitariana, los argentinos tenemos el desafío de bajar el consumo de carnes y aumentar el de frutas, verduras, legumbres y granos enteros. En nuestro país el consumo promedio de carne es el doble de lo recomendado, mientras que categorías de alimentos como verduras y frutas tienen una brecha negativa y el consumo de legumbres, frutos secos y semillas es casi nulo.  Pensar en una dieta flexitariana podría acercarnos más a cumplir con las recomendaciones.

El consumo flexitaritariano suele estar asociado a una ingesta menor de calorías, de grasas saturadas y colesterol, mientras que el aporte de fibra, componente deficitario en la dieta de los argentinos, alcanza las recomendaciones cuando se lleva adelante este patrón alimentario. El consumo de alimentos de origen animal, si bien es reducido garantiza el aporte de vitaminas, minerales y proteínas presentes en estos alimentos, evitando el riesgo de carencias. Por lo tanto es posible llevar una alimentación sana, natural y sostenible disfrutando de todos los alimentos, y llevando una vida social sin restricciones. De todas formas, al igual que en el vegetarianismo y el veganismo, con el flexitarianismo es necesario consultar con un profesional para poder garantizar que el aporte de todos los nutrientes necesarios para una vida sana estén presentes de manera adecuada.

*Ayelén Borg es Licenciada en Nutrición (UBA) y Diplomada en gestión de gobiernos locales para la infancia y la familia (UCA). Es analista de investigación en CEPEA y docente universitaria en UBA; UADE; UCES; UCA.

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