Para que un alimento pueda ser considerado funcional, debe demostrar que posee un resultado benéfico sobre una o varias funciones específicas del organismo. Más allá de los efectos nutricionales habituales, debe mejorar el estado de salud y de bienestar, o bien reducir el riesgo de una enfermedad. También tienen que contener alguno de los llamados «componentes o ingredientes funcionales», como por ejemplo las vitaminas, los minerales, los anti-oxidantes, las fibras dietarias y los probióticos.
Normalmente nuestro intestino está poblado de bacterias que son beneficiales para la salud. Ayudan a prevenir el desarrollo de otras bacterias y levaduras que resultan nocivas, participan en la elaboración de la vitamina K y mantienen un sistema inmunológico sano. En determinadas situaciones como el estrés o después de un tratamiento antibiótico, el normal equilibrio se rompe y predominan la nocivas. A este cuadro se lo conoce como disbacteriosis.
Los probióticos y los prebióticos pueden ayudar a restaurar el balance normal de bacterias en el intestino. El primero de los términos fue presentado en 1965 por Lilly y Stillwell para definir a aquel factor de origen microbiológico que, a diferencia de los antibióticos, estimula el crecimiento de otros organismos.
Según la definición de la FAO (siglas en inglés de la Food and Agriculture Organization de las Naciones Unidas) los probióticos son microorganismos vivos que, al ser ingeridos en cantidades suficientes, ejercen un efecto positivo en la flora intestinal y en la salud del individuo.
La gran mayoría de estos microorganismos derivan de bacterias del género Lactobacillus y Bifidobacterium. Otros son levaduras como las que provienen del Saccharomyces boulardii. Ellos se encuentran en diversos alimentos y en productos lácteos, actualmente en el mercado, como los denominados bio-yogurs, las leches fermentadas y la leche Bio, entre otros. También se venden en comprimidos, cápsulas y sachets que contienen bacterias en forma liofilizada.
Los prebióticos son sustancias no digeribles del alimento que pueden ser fermentadas por la flora bacteriana intestinal, y provocan un efecto beneficioso sobre ella. Principalmente derivan de fibras de carbohidratos llamados oligosacáridos que se encuentran en las frutas, las legumbres y los granos de cereal enteros. Los más conocidos son la oligofructosa, la inulina y la lactulosa.
La combinación de pre y probióticos se denomina alimento simbiótico. El beneficio de los primeros en la salud humana lo producen a través de múltiples acciones: estimulan los mecanismos inmunitarios de la mucosa y ejercen un efecto antagónico con las bacterias patógenas.
Uno de los usos más reconocidos de los probióticos es para tratar la diarrea tanto en niños como en adultos. Ellos disminuyen su gravedad y duración. En modelos animales se ha demostrado que reducen el riesgo de cáncer de colon, probablemente porque suprimen la actividad de ciertas enzimas bacterianas que pueden aumentar los niveles de procarcinógenos.
Los probióticos se han utilizado para la prevención y el tratamiento de muchos trastornos o enfermedades tanto del aparato digestivo como extra gastrointestinales. Sin embargo, en solo algunas afecciones existe evidencia científica de su efecto terapéutico.
Según la Organización Mundial de Gastroenterología, las indicaciones basadas en la evidencia para el uso de probióticos y de prebióticos son las siguientes:
•Tratamiento del la diarrea infecciosa aguda en niños y adultos
•Prevención de la diarrea asociada a antibióticos en adultos
•Prevención de la diarrea hospitalaria
•Mejoría de los síntomas debido a la mala absorción de la lactosa
•Alivio de algunos síntomas del síndrome de intestino irritable
•Mantenimiento de la remisión de la colitis ulcerosa
•Tratamiento de la constipación
•Prevención de la enterocolitis necrotizante en lactantes prematuros
•Prevención de infecciones postoperatorias
•Tratamiento de la encefalopatía hepática.