Muchas creencias falsas tienen como base el desconocimiento, las experiencias personales, por ello es que resulta necesario utilizar fuentes que documenten con validez lo que se dice respecto de los trastornos psicológicos.
A la hora de argumentar e informar responsablemente tanto los comunicadores como los psicólogos debemos tener conocimientos actualizados y comprobables. De otro modo se obvian datos objetivos que llevan a supuestos erróneos e incrementan la desesperanza en personas que sufren por padecimientos hoy reversibles.
Días atrás, para sorpresa de muchos, se afirmó en un informe televisivo que el pánico no se cura, y que las fobias tampoco tienen un tratamiento que lleve a su resolución completa. Un mal tratamiento en salud puede hacer empeorar el problema o reportar cambios mínimos; lejos de esto están los firmes indicadores científicos que miden la evolución de los pacientes con síntomas de ansiedad reportando la remisión total y definitiva de su dolencia.
Si bien existe mayor sensibilidad por los testimonios que por las estadísticas, no sería aceptable que estas se nieguen incluso cuando declaraciones de famosos fomenten la parte del vaso medio vacío (“esto no se cura”).
El primer tratamiento efectivo de una fobia, para ejemplificar los antecedentes históricos, data de 1920. En la actualidad se ha logrado demostrar específicamente qué intervenciones psicológicas son eficaces para tratar los cuadros de ansiedad contando cada uno de ellos con técnicas puntuales.
No obstante, el desconocimiento hace que estos estudios como formas novedosas de tratamiento se mantengan casi en silencio -al menos en Argentina, donde pocas personas distinguen al psicólogo del psicoanalista-.
Los nuevos modelos para abordar las problemáticas psicológicas se ligan en su método a la medicina, en este sentido la actuación del profesional puede oscilar entre intervenciones eficaces pero no basar el tratamiento en experiencias u opiniones personales.
A paso agigantado la medicina evolucionó encontrando cómo eliminar o aliviar el dolor y prolongando la vida. Gran parte de la psicología clínica también ha tomado como propio el desafío de hallar “solución” y/ “cura” mediante estudios rigurosos, científicos, para la mayor parte de los conflictos.
Con este objetivo se han podido identificar los pasos necesarios para resolver determinado problema, elaborándose listados primero y guías para profesionales después; todo un cúmulo de estudios estandarizados, incluso editados y disponibles para el público en general (según el diagnóstico que se realice, se encuentra un tratamiento focalizado en él, de éxito comprobado por la investigación).
El avance en el tratamiento eficaz de los trastornos de ansiedad merece particular atención porque es desde 1950 viene reportando logros para la práctica psicológica. No se trata sólo de informar a las personas afectadas sino a toda la comunidad, porque son datos que invitan a remover antiguas concepciones sobre la psicoterapia en general (animan a nuevas preguntas sobre su utilidad, transparencia y tiempos de tratamiento). En algunos casos los pacientes se curan con fármacos y psicoterapia, en otros la terapéutica de elección no requiere medicamentos.
Los tratamientos de demostrada eficacia son cognitivos conductuales, o utilizan técnicas de este modelo alcanzando una presencia de más del 90% en la investigación clínica.
Las primeras intervenciones de tratamiento consisten en dar información transparente sobre el motivo de consulta. En el caso de los problemas de ansiedad se explica qué es, cómo se mantiene en el consultante, de qué modo remite.
Sin tecnicismos, puede entenderse que la ansiedad es una señal de alarma que dispara nuestro organismo como defensa ante la percepción de una amenaza, que posee valor para la supervivencia siendo una emoción normal, pero que cuando es desencadenada sin que exista peligro alguno estamos ante un problema grave pero reversible.
La interpretación de falsas alarmas hace que estos pacientes se comporten evitando/ escapando como si verdaderamente tuvieran que preservar su vida (se habla de un “error de disparo en el sistema del miedo”).
Ansiedad, miedo, angustia intensa constituyen el núcleo de los hoy denominados trastornos de ansiedad (más de diez diagnósticos posibles respecto de sensaciones internas o situaciones que la persona juzga de riesgo y no lo son).
Estos desórdenes mentales impiden el funcionamiento normal de quien los padece y generan sufrimiento constante, al extremo de que la vida se va limitando en función del malestar.
Una persona con ataques de pánico o una fobia, por ejemplo, describirá sensaciones físicas muy desagradables (palpitaciones, sudoración, temblores, escalofríos, ahogo, opresión en el pecho) que se presentan acompañadas de ideas catastróficas (miedo a morir, a enloquecer, a tener un infarto) y lo que llamamos “miedo al miedo”.
Esto último, el temor a la aparición del malestar es lo que mantiene al sujeto pendiente de lo que ocurre en su cuerpo o podría ocurrir en situaciones específicas.
El diagnóstico corresponde a la ausencia de causas médicas, y al cumplimiento de criterios específicos, y es allí donde aparecen las primeras preguntas o sentencias sobre la utilidad de la psicología.
Si el problema investigado no reaparece durante años, diremos que se cura con las intervenciones puestas a prueba, no mágicamente ni por el paso del tiempo ni por la ocurrencia antojadiza del psicólogo.
Hablamos de casos recuperados que alcanzan el promedio del 90% con seguimiento de más de dos años, o bien casos de gran mejoría (si los síntomas aparecen asociados a otros problemas).
Un trastorno crónico, que mejora pero no se cura, es la esquizofrenia. Los desórdenes de la ansiedad disminuyen en tratamiento hasta ser eliminados si y solo sí la terapéutica es la de elección.
Los pacientes son dados de alta cuando no tienen ningún síntoma, esto es lo más lógico, ético y esperable cuando se utilizan los procedimientos adecuados y considerados eficaces.
*Nota publicada por la agencia Télam.