Los trastornos digestivos funcionales representan un conjunto de síntomas crónicos recurrentes. Quienes los padecen son niños sanos, pero que manifiestan frecuentemente algunos signos como vómitos, constipación, cólicos, llanto o regurgitación, posiblemente por una inmadurez del tracto gastrointestinal.
Generan diversas consecuencias negativas: afectan la calidad de vida de los niños, los padres sienten que no los pueden contener, y en ocasiones provocan desgaste en la pareja y costos al sistema de salud, ya que las familias visitan a varios médicos en busca de una solución al problema.
A su vez, esta situación produce mucha ansiedad y trastorno del sueño en los niños. A futuro, los jóvenes que de chicos padecieron trastornos digestivos funcionales tienen mayor riesgo de presentar déficit de atención, problemas alimentarios y trastornos digestivos funcionales del adulto, como síndrome de intestino irritable, también llamado colon irritable.
Se estima que el 30% de los niños padece regurgitación, entre el 15 y el 20 % constipación y el 20% cólicos. En resumen, más del 50% de los bebés va a presentar alguno de estos trastornos entre las 3 semanas y el año de vida. Particularmente, los cólicos afectan en forma considerable la calidad de vida del niño y de todo su entorno familiar, pudiéndose presentar el denominado ‘cólico del lactante’, una condición que padecen bebés menores de 5 meses y que implica un llanto inconsolable, recurrente y prolongado que comienza y termina en forma abrupta sin causa aparente.
De visita en nuestro país para participar en varias reuniones científicas sobre los trastornos digestivos funcionales, el doctor Jaime Alfonso Ramírez Mayans, médico pediatra especialista en gastroenterología y nutrición, Jefe del Departamento de Gastroenterología y Nutrición del Instituto Nacional de Pediatría de México, explicó que “los cólicos representan una situación límite para los padres: su hijo llora y llora durante horas, comenzando abruptamente y finalizando de repente, y no hay nada que ellos sepan hacer para calmarlos”.
Por su parte, el doctor Federico Ussher, médico gastroenterólogo pediatra del Servicio de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica del Hospital Universitario Austral, reforzó el concepto refiriendo un llanto inconsolable, prolongado y permanente, que generalmente comienza en la tarde o noche y que provoca una gran angustia en las mamás, sobre todo en las primerizas.
La regurgitación, por su parte, es el regreso del alimento del estómago sin esfuerzo, a diferencia de los vómitos o del reflujo, que requieren de un acto físico impulsivo. Mientras que la constipación o estreñimiento se describe como la falta de evacuación o evacuaciones restringidas por parte del niño durante un período que oscila entre 1 y 3 días, situación que les produce un gran malestar y dolor.
“La clave para diagnosticar estos trastornos digestivos funcionales está en el interrogatorio a los padres y en el examen físico, a fin de descartar que no se trate de algo que pueda tener un origen estructural-orgánico”, aclaró Ussher.
Una vez que se arriba al diagnóstico, el pilar del abordaje está en la contención familiar y el reaseguro de que se trata de un trastorno funcional relacionado con el proceso evolutivo natural de desarrollo del sistema digestivo. Es importante brindar toda la información necesaria, incluidas las recomendaciones dietarias para el mejor manejo de la sintomatología, teniendo en cuenta que para los niños que no pueden lactar hay opciones de fórmulas especiales y que, según consta en la normativa nacional (ley 27.305) ‘deben ser garantizadas a todas aquellas personas que las necesiten y cuyo cuadro patológico esté justificado por el pediatra o especialista’. Mientras que solo en algunos casos se contemplará la indicación de algún tratamiento farmacológico.
“Llamativamente, como se trata de episodios sin origen orgánico, es muy baja la evidencia científica con estudios clínicos de investigación sobre el abordaje y el manejo de los trastornos digestivos funcionales, por lo que los especialistas acudimos a los consensos realizados entre líderes de opinión para el establecimiento de pautas de diagnóstico y tratamiento”, remarcó el Dr. Ramírez Mayans.
“Otro aspecto a tener en cuenta para disminuir la prevalencia de estos trastornos digestivos funcionales, es el desarrollo una flora intestinal saludable, rica en los llamados ‘´gérmenes buenos’, sostuvo Ussher. “Las situaciones que favorecen la formación de esa microbiota saludable son haber nacido por parto natural (en el que el niño toma las bacterias presentes en su paso por el canal vaginal materno), no discontinuar el amamantamiento en forma temprana, y evitar el abuso en la indicación de algunos medicamentos como los antibióticos y los antiácidos”.
“Se lo denomina trastorno, ya que no es una enfermedad, es una situación transitoria que se puede resolver con la modificación de algunos hábitos alimentarios o, en su defecto, con el paso del tiempo: al cabo de un año de vida, es poco común que los niños sigan presentando estos síntomas”, insistió Ramírez Mayans, quien además es Profesor Titular del Curso de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Los especialistas recalcan que estos cuadros no deben ser confundidos con los de una patología orgánica, en los cuales sí hay alguna estructura afectada y el tratamiento debe ser de otra índole. Algunos de los síntomas que pueden llevar a la sospecha de la presencia de una enfermedad orgánica son: vómitos y episodios de tos, permanente búsqueda del niño de posiciones de alivio, historia familiar de enfermedades alérgicas inmunológicas (atopía) o de alergias alimentarias, síntomas respiratorios o dermatológicos de alergia, sangrado gastrointestinal, falla de crecimiento, distensión abdominal, irritación en la zona del ano y mal estado general.
Asimismo, algunas de las enfermedades orgánicas que presentan cuadros similares a los trastornos digestivos funcionales son la alergia a la proteína de leche de vaca (APLV) y, con menor frecuencia, el reflujo gastroesofágico.