Mateo ya va a salita de tres, pero no participa de la ronda en que sus compañeritos cuentan qué hicieron el fin de semana. No responde a su nombre; sólo repite las órdenes de la maestra. Tampoco interactúa con los otros chicos y no ha incorporado las rutinas que los demás aprendieron el año pasado. La maestra jardinera observa estas conductas y cita a los padres para hablar sobre el tema, pero éstos creen que el problema es la maestra.
El caso de Mateo es ficticio, pero ilustra situaciones que se observan en los jardines de infantes en chicos con un trastorno del espectro autista. Es que en cuestiones relacionadas con este mal, la incertidumbre paralizante o el ocultamiento de los padres no conducen a ninguna solución. Por el contrario, retrasan la atención del chico por parte de especialistas e impiden que una intervención precoz permita quizás ayudar en el desarrollo de las capacidades emocionales y conductuales.
El término “trastornos del espectro autista” comprende problemas de distinta gravedad que implican alteraciones en el desarrollo emocional, social y conductual de una persona. Entre estos desórdenes se encuentran el llamado autismo “típico”, el síndrome de Asperger y el trastorno generalizado del desarrollo (TGD).
Hasta el momento, no se ha podido establecer cuál es la causa: se han propuesto factores de tipo genético, ambiental y social. Y al no existir estudios de laboratorio o de rayos que permitan apuntar de forma rápida al autismo, los médicos deben realizar una serie de pruebas y observaciones para poder precisar el diagnóstico.
Cuanto antes se encuentre la causa del problema del niño, antes empezará el tratamiento que, aunque no será curativo, podrá mejorar su forma de desenvolverse. El diagnóstico del autismo puede realizarse entre los dos y los tres años de edad, pero es muy probable que haya habido signos del trastorno desde mucho antes. Estas señales precoces suelen ser difíciles de detectar, ya que las características distintivas del autismo implican habilidades motrices y del lenguaje que los bebés aún no han adquirido.
Los padres, aquí, cumplen un papel fundamental, ya que son los que están en contacto permanente con el niño y pueden observar su crecimiento. Si bien todos los chicos son diferentes y pueden desarrollar a ritmos variables las distintas capacidades como tomar objetos, hablar o caminar, existen ciertos parámetros o hitos que permiten, a grandes rasgos, saber cuál es el grado madurativo.
Así, entre otras cuestiones, se espera que a alrededor de los tres meses, el bebé ya sonría y siga objetos en movimiento con la mirada, que a los siete explore el mundo con la boca y con las manos, y que al año responda a pedidos sencillos y balbucee “mamá” y “papá”. De la lista extensa de habilidades que van adquiriendo los chicos en sus primeros tres años de vida, es posible que desarrollen unas más que otras, pero hay ciertas conductas que no son simplemente una cuestión de individualidad.
Si un niño evita hacer contacto visual, no responde a su nombre, tiene movimientos repetitivos, no le interesa comunicarse con las personas, parece no darse cuenta de cuándo alguien le está hablando, repite lo que le dicen (ecolalia), presenta dificultades para expresar qué quiere a través de movimientos o palabras típicos, o pierde capacidades ya aprendidas, es posible que tenga un trastorno del espectro autista.
Ante estos llamados de atención, es recomendable que los padres consulten al pediatra, quien hará las derivaciones necesarias para elaborar un diagnóstico y brindar el tratamiento que resulte apropiado. Una actitud pasiva o negadora no aportará soluciones, sino más dificultades, ya que el autismo no es una fase: es un trastorno que dura toda la vida.
Es difícil reconocer que un hijo tiene un problema crónico con un gran impacto en la vida cotidiana. Pero si bien aún no se ha logrado desentrañar la compleja trama que provoca el autismo, las investigaciones han demostrado que los tratamientos precoces permiten mejorar las capacidades emocionales y sociales del chico. Por ello, escuchar a los maestros y profesionales que atienden al niño y actuar rápido pueden marcar una diferencia.