El sabor dulce no sería el único motivo por el cual acudimos a un helado o a una torta en los momentos de estrés. El confort que produce consumir alimentos grasos no deriva exclusivamente de la experiencia sensorial placentera de comerlos, sino también de señales puntuales que registra el cerebro al recibir grasa, según indicó un estudio realizado por científicos de la Universidad de Lovaina, en Bélgica.
La investigación, publicada en Journal of Clinical Investigation, empleó controles con imágenes por resonancia magnética (IRM) para evaluar los efectos de los ácidos grasos sobre las emociones al inyectarlos directamente en el estómago.
Los científicos pasaron música lúgubre y mostraron imágenes tristes a un grupo de 12 participantes antes de administrar a la mitad de la cohorte ácidos grasos, y al resto solución salina, a través de un tubo de alimentación. Sin saber qué sustancia recibían, los voluntarios evaluaron su estado de ánimo según una escala del uno al nueve antes y durante el control.
Los resultados mostraron que aquellos a los que se les habían inyectado ácidos grasos estaban la mitad de tristes después de ver las imágenes y escuchar la música, comparado con los participantes que recibieron solución salina.
«Comer grasa parece hacernos menos vulnerables a las emociones tristes, aun cuando no sabemos que estamos comiendo grasa», dijo Lukas van Oudenhove, director del estudio, al sitio de noticias sobre investigación médica HealthDay.
«Evitamos la estimulación sensorial inyectando los ácidos grasos directamente en el estómago, sin que los sujetos supieran si estaban recibiendo grasa o solución salina», añadió el autor.
Aunque el estudio tiene implicancias para la obesidad, la depresión y los desórdenes alimenticios, se necesitan más investigaciones para determinar si los hallazgos tendrían algún valor en el tratamiento de las enfermedades, señaló Oudenhove.