Suicidio en la vejez: un tema que requiere más atención

Muchas veces hasta se “justifica” esta decisión por prejuicios o por equiparar envejecimiento con enfermedad. Sin embargo, como cualquier muerte autoprovocada, es una tragedia que amerita acciones de prevención.

Las noticias de público conocimiento ameritan una reflexión sobre el suicidio, que es siempre una tragedia. Pero en ocasiones pareciera ser “más tragedia que en otras”. Cuando nos enteramos que un adolescente comete un acto suicida, la angustia, la desesperanza, la impotencia y la tristeza nos invaden en forma irremediable. Nos preguntamos qué pudo haber pasado, como podría haberse evitado.

¿Pero qué sucede cuando el que se suicida es un adulto mayor? Aquí parece ser que la tragedia es “menor”. Tal vez por la edad, por la cercanía con la muerte o porque muchas veces continua equiparándose vejez con enfermedad, el suicidio en la tercera edad se transforma en algo aceptable, en una opción racional, razonable o comprensible. No nos cuestionamos acerca de la prevención o de las motivaciones para cometer semejante acto, tal como solemos hacerlo cuando el que se quita la vida es alguien joven.

Es entonces que se escuchan o se leen frases del estilo de «y, estaba enferma»; «lógico, los hijos no lo visitaban nunca»; «estaba perdiendo la memoria»; “claro, tenía una depresión».

De esta forma «explicamos» sin hacernos más preguntas la decisión del anciano de quitarse la vida. El aislamiento (categoría social predisponente de muchos males, que condena a perpetuidad a gran parte de nuestros adultos mayores), la enfermedad, la depresión y las fallas en la memoria, entre otros factores, son vistos como motivos que podrían llegar a justificar o avalar la decisión de un adulto mayor de provocarse la muerte. Segregado socialmente, aislado en tanto sujeto «no productivo», deprimido en muchas ocasiones, se convierte en alguien con razones suficientes para no seguir viviendo.

Pero, si de acuerdo con las estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación, las tasas de suicidio por grupos de edad alcanzan su máximo en los mayores de 65 años (13,4 por cada 100.000 habitantes) y observamos que los grandes temas que aparecen en las notas suicidas de los ancianos son el aislamiento, la discapacidad, el dolor crónico, la soledad, la depresión, pensemos entonces: ¿por qué motivo la depresión o las afecciones físicas son tomadas como condiciones necesarias y suficientes para que un adulto mayor decida matarse y no condiciones médicas frente a las cuales la medicina y la psicología tienen hoy mucho que decir y hacer ?

Sera, aquí, tarea del Estado dar un paso adelante para enfrentar esta epidemia, silenciosa con políticas y estrategias que apunten a aquellos cuya vulnerabilidad pueda hacerles creer que la muerte es una opción frente a la certeza de una vida sin sentido ni solución.

Es frente a este tema donde el periodismo encuentra el que quizás sea uno de los desafíos éticos más importantes de todos aquellos que se le presentan: como y qué informar frente a este modelo de tragedia no es sencillo y escapa a los lugares comunes, abriendo las puertas al gran debate acerca de la comunicación responsable.

Hemos recorrido un largo camino como sociedad. Muchas falsas creencias y algunos estigmas han caído, pero debemos analizar en profundidad que nos pasa como sociedad si consideramos que pueda existir alguna justificación para que un anciano se suicide. Es posible que el «viejismo» (conjunto de prejuicios y discriminaciones que se aplican a los viejos, simplemente en función de su edad) continué estando ahí, entre nosotros, entre los mismos adultos mayores, si tratamos de encontrarle un justificativo al suicidio en la vejez en vez de entristecernos, horrorizarnos y  pensar qué podemos hacer, cada uno desde nuestro lugar, para que no vuelva a repetirse.

* El doctor Daniel Matusevich pertenece al staff del Hospital Italiano y es miembro de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).

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