Es de público conocimiento que Sigmund Freud, el padre del Psicoanálisis, sucumbió a un cáncer de boca que, según notas de la época, comprometía el maxilar superior y el paladar. Su antecedente tabáquico y su relación con el cáncer ya eran conocidas en los años ‘20 y ‘30 del siglo pasado.
Si pensamos que cualquier persona que presente una lesión en su cavidad oral, sea en lengua o en labio especialmente puede ser diagnosticado y tratado precozmente, el interés en este tópico se impone.
Los síntomas a tener en cuenta son dificultad en el habla o en la masticación; hemorragia; presencia de ganglios o nódulos en la región submandibular o en el cuello y pérdida de peso, entre otros.
La presencia de ulceraciones que no cierran, o placas blanquecinas (leucoplasia), o de color rojo (eritroplasia) ameritan la toma de una biopsia y la derivación a especialistas como otorrinolaringólogos o cirujanos de cabeza y cuello, para dar un tratamiento inmediato.
Los factores predisponentes son una mezcla entre los endógenos (como inmunología baja y la diabetes) y los externos como el hábito tabáquico, la ingesta de alcohol, prótesis mal ajustadas, higiene bucal deficiente e infecciones por virus del papiloma humano (VPH), el herpes simple tipo I, sífilis y VIH, entre otros.
El cáncer de boca se da más frecuentemente en varones que en mujeres y se encuentra comprendido entre los carcinomas escamocelulares (cierto tipo de neoplasia).
El médico clínico puede aproximarse a un diagnóstico al colocar una paletilla o bajalenguas y examinar la boca del paciente. Es decir, es accesible por lo general a la inspección, aunque se necesitarán estudios adicionales para poder estadificarlo (determinar su extensión).
Ante este escenario, los clínicos nos encontramos en una posición de privilegio, es decir, tener a mano al paciente, y poder ante la sospecha, derivar al especialista.
*El doctor Natalio Daitch es médico clínico.