Desde el Journal of Health Economics, el investigador Todd Elder, profesor de economía de la Universidad de Michigan denunció que unos 900 mil niños estadounidenses recibieron un diagnóstico erróneo de Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH). Arribó a la conclusión luego de examinar a 12 mil chicos, las frecuencias de sus diagnósticos y sus prescripciones médicas. Luego denunció que la administración equivocada de Metilfenidato (conocido comercialmente como Ritalin) para chicos que “sólo son distraídos” le cuesta al sistema de salud hasta 500 millones de dólares.
Sin embargo, las conclusiones llegadas desde el Norte no serían aplicables en Argentina: consultados por DocSalud.com, expertos coinciden que a nivel local, es más frecuente y preocupante el subdiagnóstico, lo que lleva a que no se suministren tratamientos a niños que lo necesitan.
“No sería correcto trasladar experiencias estadounidenses a la Argentina por un motivo básico: mientras que en nuestro país los diagnósticos que concluyen en tratamientos médicos del TDAH son realizados por médicos neuropediatras y psiquiatras que trabajan en relación con otros profesionales, en EEUU, por las características de su sistema de salud, la idenficación es efectuada por pediatras generalistas”, puntualizó el Lic. Rubén Scandar, presidente de la Fundación de Neuropsicología Clínica (FNC).
Si la forma de identificar el TDAH es básicamente clínica (no existen estudios disponibles o marcadores biológicos que detecten su presencia), los expertos coinciden en que el diagnóstico no la puede hacer cualquiera. “Un elemento importante para detectar el TDAH es la subjetividad de quién evalúa, esto significa que se puede llegar a una conclusión errónea. Por ese motivo, el encargado de realizar el diagnóstico no sólo deberá disponer del tiempo necesario para entrevistar al niño, los padres y recabar información del ámbito escolar sino que deberá tener la correcta formación académica y científica para no sólo distinguir las variables de la situaciones de expresión, sino las manifestaciones que pueden ser confundidas con el trastorno o, en contrapartida, lo enmascaran”, señaló Norma Echeverría, médica psiquiatra de la Fundación TDAH.
Las entrevistas clínicas para detectar el síndrome no sólo deben ser largas, sino que a la vez deben complementarse con estudios neuropsicológicos para descartar otras patologías. En palabras de Echeverría “ninguna prueba puede reemplazar a la otra, son complementarias y susceptibles de dar falsos positivos”. Por otra parte, es muy importante que el diagnóstico sea realizado por profesionales médicos. “En EEUU el diagnóstico está más asentado en el énfasis a resultados de escalas de evaluación que muchas veces son tomadas por sujetos con entrenamiento específico en lo educacional o terapéutico, pero no por un profesional con criterio clínico para descartar otra patología o problemáticas adicionales”, puntualizó la especialista.
¿Qué es el TDAH y cómo se trata?
Es una patología de base que se expresa mayoritariamente a través de manifestaciones conductuales. Estudios estiman que alrededor del 5% de la población infantil lo padece y es más frecuente en los varones que en las niñas. Sus características principales son inatención, impulsividad e hiperactividad y quienes sufren este síndrome suelen tener un rendimiento escolar inferior al que les correspondería por su capacidad intelectual, incluso el 30% de ellos repite por lo menos un grado. Según el Manual DSM IV, el diagnóstico se debe hacer antes de cumplidos los 7 años.
“El TDAH es un trastorno de desarrollo, por ende, las condiciones en general están establecidas desde el nacimiento. Se estima que tiene un fuerte origen genético que se hace más evidente a medida que el niño se involucra en ambientes estructurados que requieren esfuerzo cognitivo, inhibición de los impulsos y organización de la conducta a través del tiempo”, explicó Scandar para luego agregar que el entorno no deja de jugar un rol importante, ya que puede brindar “mayores o menores posibilidades de adaptación”.
Para el especialista, el “Tratamiento Multimodal” es el más indicado, y es justamente el que combina “asesoramiento a padres y docentes, terapia cognitivo conductual, desarrollo de habilidades metacognitivas en el ámbito escolar y eventualmente, medicación”.
Los dos fármacos aprobados en nuestro país para tratar este síndrome es el Metilfenidato y la Atomoxetina. El primero es un estimulante que actúa incrementando los niveles de dopamina en áreas cerebrales que cumplen un rol importante en la atención. “El efecto de incremento de la concentración permite introducir un instante donde la posibilidad de reflexión ayuda a tomar decisiones más adecuadas”, explicó Echeverría. Mientras que el segundo no entra en la rama de los estimulantes, lo que, en palabras de la especialista, anima a los médicos en su suministro.
Los expertos coinciden que se debe tratar a los pacientes de manera precoz, y si los profesionales son los idóneos en hacer un buen diagnóstico, hay que perderle el miedo a los fármacos. “Si no se medica a tiempo, estos niños se medicarán solos, y lo harán con alcohol, drogas, juego compulsivo, comida, sexo irresponsable, marihuana o cocaína”, señaló Echeverría.
Es que existe un consenso en que la falta de un tratamiento de manera consistente puede devenir en serias consecuencias en los adultos. Las psicopedagogas Lilia Rosso de Alliani y Graciela Bartolomeo de la Fundación TDAH detallan que los afectados, cuando crecen, pueden tener más dificultades laborales, mayores tasas de divorcio, de accidentes de tránsito, problemas sociales, mayor consumo de tabaco, alcohol, mayor riesgo para las adicciones, embarazos precoces, baja autoestima y menor rendimiento académico. Según explican, las consecuencias dependerán de la complejidad del cuadro y de la existencia o no de comorbilidades.
En resumen, si el diagnóstico es confirmado por profesionales idóneos, hay que perder el miedo. La clave están en las competencias del evaluador y en el tiempo de las entrevistas. El objetivo: que un problema que con un tratamiento precoz y adecuado pueda llegar a ser casi imperceptible, no posea serias consecuencias en el futuro.