El paciente: un integrante más del equipo de atención médica

Sin desestimar el rol del profesional, cualquiera puede (y debería) participar en su terapia e intervenir en la toma de decisiones. Basta con estar informado y adoptar una actitud activa para una recuperación más rápida, optar por un tratamiento más acorde al propio estilo de vida y, por qué no, salvar un descuido del especialista.

Vivimos en una sociedad que, por lo general, tiene una visión de la relación médico-paciente como un vínculo asimétrico. De un lado, el profesional poseedor de conocimiento y sabiduría; del otro, el paciente, pasivo, que recibe un diagnóstico e instrucciones sobre cómo proceder ante una enfermedad.

 

Son muchos los años de estudio de un médico, los que le permiten tratar, a veces curar, a las personas. Pero este conocimiento adquirido tras un gran esfuerzo no implica que quien está del otro lado deba escuchar acríticamente y aceptar todo lo que el galeno dice sin preguntar nada.

 

A veces, puede ocurrir que el médico se equivoque simplemente por no tener en cuenta distintas variables, porque el paciente tiene un problema raro o de difícil diagnóstico, por no hacer un buen interrogatorio al afectado o por no conocer sus antecedentes. Ante la menor duda, siempre es más prudente obtener a una segunda opinión.

 

El paciente, por su parte, tiene derecho a ser informado sobre su problema. Que no pueda comprender un proceso biológico complejo no quita que se le pueda explicar la situación en términos sencillos, esquemáticos. En efecto, el paciente posee un conocimiento, distinto del médico. Al margen de la información que pueda obtener de distintas fuentes, conoce su propio cuerpo, puede notar cuando algo no está bien, sabe qué otros problemas tuvo en el pasado o qué enfermedades padecieron sus familiares.

 

¿Cómo participar en la propia atención?

 

Uno puede empezar a tener un rol más activo, por ejemplo, preguntando para qué es el medicamento que receta el médico. A veces, los profesionales no explican con claridad para qué sirve y cómo se debe tomar, pero el paciente no debe sentir vergüenza de preguntar o de pedir que le repitan las instrucciones. ¿Por qué tengo que tomar este remedio? ¿Cada cuántas horas hay que tomarlo y durante cuánto tiempo? ¿Hay que administrarlo con las comidas o en ayunas?

 

Si uno cree que no va a poder recordar las indicaciones, debe pedir al médico que las escriba. Además, es importante avisarle al profesional qué otros medicamentos o productos de venta libre, como suplementos o remedios a base de hierbas, está tomando, ya que estos podrían interactuar con el medicamento recetado.

 

Por otra parte, es importante que el profesional sepa si uno ha tenido reacciones alérgicas a algún remedio o alimento en el pasado. No se debe suponer que si el médico no preguntó algo es porque no resulta relevante. El paciente debe informar al profesional todo dato que pueda estar relacionado con el problema en cuestión.

 

Si el médico indica reposo, es necesario que aclare a qué se refiere. Lo que para una persona hiperactiva significa reposo puede ser muy distinto de lo que significa para una persona sedentaria. ¿Debo guardar cama en todo momento y sólo levantarme para ir al baño o puedo hacer mi vida normal sin realizar actividad física? Lo mismo sucede con las recomendaciones de realizar ejercicio: ¿qué deportes puedo practicar?, ¿con qué frecuencia semanal?

 

Es más probable que un paciente cumpla con el tratamiento indicado o se realice los análisis ordenados si está bien informado, recibe una explicación sobre su problema y sobre su envergadura, y sobre las posibles consecuencias de no tratarse o de no seguir las pautas de reposo, dieta o actividad. Pensar la relación médico-paciente como una de cooperación y de confluencia de distintos conocimientos, sin duda, permitirá lograr mejores resultados.

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