Lo dijo Benjamin Franklin: “El enojo nunca se produce por falta de alguna razón, pero rara vez por una buena razón”. Está científicamente comprobado que las reacciones de irritabilidad o ira producen alteraciones cardiovasculares como aumento de la presión arterial, predisposición a la arteriosclerosis, aumento del colesterol y del tiempo de coagulación de la sangre. Todas estas alteraciones pueden surgir como consecuencia de la descarga de adrenalina que provocan los enojos.
Existen dos tipos de enfado: hostilidad o ira. El primero es aquel que se manifiesta en forma de reacciones violentas y lleva a golpear y hasta a lesionar a otros. El segundo es el que aparece en muchas personas que reaccionan en forma desmedida frente a situaciones que no lo justifican, como por ejemplo la demora de un ascensor, problemas en el tránsito o las respuestas agresivas de los hijos.
El Dr. Redford Williams, que durante años fue profesor de Clínica Médica y Psiquiatría en la Universidad de Duke, EE. UU., afirma que las situaciones diarias que nos causan ira o cólera son equivalentes a toxinas o venenos que actúan lentamente en nuestro cuerpo produciéndonos alteraciones físicas y psíquicas. En su libro “The anger kills” habla de la personalidad tipo A, que correspondería a personas que se caracterizan por ser tensas, competitivas y hostiles. Estos aspectos dañan su salud.
Además, muchos de estos individuos son fumadores, beben alcohol en exceso y consumen demasiadas calorías. Todo esto suma factores de riesgo de enfermedad cardiovascular.
Existe una predisposición biológica a la personalidad tipo A o bien, a reaccionar de esta forma, por lo que resulta difícil salir de esa situación. Intentar algunos cambios de actitud puede ayudar a modificar parcial o totalmente estas conductas. Entre otras recomendaciones, esos cambios incluyen:
Aprender a «frenarse» antes de perder el control. Tomarse tiempo y esperar que pase el mal momento. Es útil contar hasta diez cuando uno está enojado, antes de hablar, o hasta cien, si uno está muy enojado.
Saber escuchar antes de hablar. Como señalaba un filósofo griego, Dios nos dio oídos para escuchar y una boca para hablar.
Tener sentido del humor. Crecemos cuando podemos reírnos de nosotros mismos. A diario, una actitud positiva nos ayuda a vivir en forma más placentera.
El gran poeta chileno Pablo Neruda expresó, en uno de sus poemas, la idea de valorar lo que tenemos, de disfrutarlo y de dejar pasar el enojo en los malos momentos para dar espacio al aprendizaje que, en cada experiencia, nos deja la vida. De este modo, en “Queda Prohibido”, concluye:
“Queda prohibido, no buscar tu felicidad,
no vivir tu vida con una actitud positiva,
no pensar en que podemos ser mejores,
no sentir que sin ti, este mundo no sería igual…”