Un gran corazón es garantía de felicidad

Contribuir al bienestar de nuestros semejantes tiene grandes beneficios. Un grupo de científicos de la conducta concluyó que “hacer una diferencia positiva en la existencia de los demás es lo que más enriquece el auto-respeto y el deseo de vivir de una persona. Por eso, es importante inculcarles a nuestros hijos el valor de las acciones loables.

Parece ilógico que el concepto de “justicia” que aún prevalece sea que ser justos es darle a cada cual ni más ni menos de lo que se merece. Así, nos creemos justos y generosos porque le damos trabajo y le pagamos a un empleado el salario que dice la ley (así sea una miseria), porque damos unos pocos pesos en la colecta de la iglesia (mucho menos de lo que gastamos en un cine) o porque le regalamos todo lo que nos sobra a una institución de caridad (para que no nos estorbe).

 

Lo que se nos olvida es que el verdadero significado de la justicia es “quien más tiene más debe”.  Es decir que quienes tenemos la suerte de vivir en circunstancias más favorables, no sólo gozamos de mayores privilegios sino que también tenemos mayores responsabilidades. Esto significa que, quienes contamos con bastante más de lo necesario para vivir, tenemos también el sagrado deber de contribuir a que los más desfavorecidos tengan, por lo menos, lo que precisan para su supervivencia.

 

La maravilla es que ser generosos y contribuir al bienestar de nuestros semejantes tiene grandes beneficios. En efecto, un grupo de científicos de la conducta dedicados a estudiar cómo fortalecer la confianza y seguridad en niños con limitaciones de aprendizaje concluyó que “hacer una diferencia positiva en la vida de los demás es la experiencia que más enriquece el auto-respeto y el deseo de vivir de una persona”. Sus observaciones confirmaron que cuando los niños ayudan a los demás y ven que contribuyen a mejorar sus circunstancias, se sienten más capaces y más orgullosos de sí mismos. Además, al enfatizar lo que pueden ellos aportarle a quienes más lo necesitan, gozarán de la dicha de ver lo que sus contribuciones significan para quienes las reciban.

 

Está  comprobado que cuando damos con generosidad y por el gusto de contribuir se activa dentro de nosotros un sentimiento de alegría, propósito y unión muy profundo y gratificante que nos hace sentir realizados y felices. Esto significa que venimos dotados de lo que necesitamos para llevar una vida plena y dichosa, si nos dedicamos a aquello que vinimos a hacer en este mundo: servir y contribuir.

 

En el proceso de formar a las nuevas generaciones, los padres debemos inculcar en nuestros hijos un nuevo sentido de justicia que no perpetúe la injusticia a nombre de la misma. No se trata de enseñarles a que den lo que dice la ley para evitar el castigo o a que ayuden a un infeliz para “ganarse el cielo”. La justicia no es cuestión de trueque, es cuestión de amor porque implica compartir lo que hemos tenido el privilegio – generalmente inmerecido – de recibir con quienes más lo necesitan, y gozar así de la fortuna de poder hacer la diferencia en la vida de otro ser humano.

 

Recordemos que la vida no nos premia por nuestras buenas obras, sino que son nuestras buenas obras las que nos premian. Así, si deseamos que la vida de nuestros hijos esté llena de bendiciones hay que cultivarles un buen corazón para que ellos sean una bendición en la vida de sus semejantes.

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