Qué es el hambre emocional y cómo controlarlo

Muchas veces no se debe a la falta de constancia ni falta de voluntad, no poder adelgazar se llama estrés crónico. Cómo evitar engordar por ansiedad.

Cuando los nervios nos impiden adelgazar (Foto: Pixabay)

Los kilos de más aumentan entre los argentinos. Según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, 6 de cada 10 personas registraron exceso de peso. Para controlarlo, muchos cuentan las calorías consumidas pero pocos indagan en el nivel de estrés con el que se convive como uno de los obstáculos a la hora de adelgazar. “Muchas veces no se debe a la falta de constancia ni de voluntad, el por qué se llama estrés crónico que a diario se alimenta de situaciones plagadas de estresores y se hace cada vez más fuerte”, explica la Dra. Laura Maffei.

La respuesta del cuerpo frente a una experiencia estresante es la misma que tenían nuestros antepasados para lograr sobrevivir a las amenazas: se generan diversas sustancias como la adrenalina y cortisol que nos preparan para la acción. Sin embargo, los peligros ya no son ni la lucha, ni el mal tiempo, o la caza y el estrés moderno no se diluyen tan fácilmente.

El cortisol y la adrenalina, en sí mismas no son negativas. Nuestro cuerpo las utiliza para mantener los niveles de presión sanguínea y desempeña un papel importante en la metabolización de las grasas y los carbohidratos para transformarlos en energía. Sin embargo, cuando el estrés es constante, el metabolismo se desajusta, y entre otras cosas, no nos permite adelgazar.

Frente a situaciones estresantes la corteza suprarrenal es estimulada para aumentar la producción de las hormonas de estrés, lo que a su vez indica la liberación de grasas y glucosas a partir del tejido adiposo en el torrente sanguíneo para que grandes cantidades de energía corran por el cuerpo y de esa forma enfrentar el estado de tensión. Al mismo tiempo, el estrés provoca resistencia a la insulina cuya función es facilitar la entrada de la glucosa a las células y proporcionarles energía. Es así que el metabolismo se prepara para resolver la situación de alarma”, afirma Maffei.

 

Daños colaterales

Cuando una persona sufre de estrés crónico y el cortisol no cesa de segregarse, el cuerpo no puede asimilarlo de manera adecuada y hace que almacenemos el exceso de grasa como un instinto de supervivencia que se traduce en kilos de más hacia el abdomen antes que hacia las caderas. Esta grasa abdominal está estrechamente relacionada con las enfermedades cardiovasculares y la apoplejía. Otro efecto secundario frecuente del exceso de cortisol es el aumento del apetito ya que al estar estresados nuestro cuerpo necesita más energía.  Algunas investigaciones también demostraron que las personas que conviven con altos niveles de estrés tienden a picotear más y se pierde el registro y la moderación.

 

Hambre emocional

Nuestra sensación de placer está relacionada con la secreción de dopamina y oxitocina, un neurotransmisor y una hormona segregada por la hipófisis. La dopamina tiene, entre otras funciones, la de mediar el placer en el cerebro. Su secreción se da durante situaciones agradables y estimula la continuidad de dichas sensaciones. La comida, el sexo y algunas drogas son también estimulantes de la secreción de dopamina en el cerebro. En el caso de la oxitocina, provoca una respuesta de placer y posee una función de recompensa. Frente a una situación estresante, el cortisol inhibe la dopamina, por lo que la sensación de placer disminuye, mientras que la oxitocina disminuye la hormona del estrés y mejora el circuito placer/displacer”, sostiene la especialista.

En dicho circuito, la nutrición cumple un papel importante ya que cuanto más placer sentimos, más comemos, independientemente de nuestra sensación de hambre. Los productos más energéticos, como los ricos en grasas y dulces, colaboran con la sensación de placer y aumentan los opioides que disminuyen el cortisol calmando la sensación de estrés. Sin embargo, son dichos alimentos los que favorecen una conducta compulsiva o “hambre emocional”. Es decir, la persona no registra un verdadero apetito, producido por un hambre real, sino que es una respuesta para calmar emociones desencadenadas por una situación de estrés”, concluye.

 

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