El estrés postraumático ocurre en personas que han sobrevivido a una situación grave o aterradora, ya sea física o emocional. Es un trastorno de ansiedad que se caracteriza por la experimentación de acontecimientos altamente impactantes, con manifestaciones debidas al aumento de la activación y comportamiento de evitación de los estímulos relacionados con el trauma.
La duración de los síntomas muestra considerables variaciones: en la mitad de los casos, los afectados suele recuperarse completamente en los primeros tres meses; en otras ocasiones todavía pueden persistir algunas manifestaciones más allá de los 12 meses posteriores al acontecimiento que desencadenó el trastorno.
Cualquier persona puede padecer estrés postraumático, dependiendo de la intensidad del acontecimiento y de la vulnerabilidad o fortaleza de sus mecanismos de afrontamiento psicológico. Quienes lo sufren pueden tener pesadillas recurrentes, pensamientos molestos o incluso pueden presentarse momentos en donde el evento parece suceder nuevamente.
Los pacientes sienten un sufrimiento muy alto cuando se encuentran en circunstancias que le recuerdan el trauma sufrido y llegan al extremo de evitar estas situaciones. Otros síntomas son sentirse aislado o paralizado emocionalmente, la aparición de trastornos del sueño, irritabilidad, nerviosismo o estado de alerta permanente.
En función de la detección de estas manifestaciones se llega a un diagnóstico. Una vez detectado, para tratar el trastorno se debe ofrecer psicoterapia a quien lo padece. Cabe aclarar que obligar compulsivamente al paciente a hablar sobre el acontecimiento traumático puede ser contraproducente porque puede reforzar los síntomas; hay que estar dispuesto a escucharlo si necesita hablar sobre el hecho respetando sus tiempos. Cuando es necesario, indicar tratamiento psicofarmacológico para aliviar los síntomas es el complemento para que el paciente se recupere.