Cómo cuidar de un familiar y también de uno mismo

Quienes tienen a cargo algún ser querido con una enfermedad o discapacidad crónica pueden sufrir desgaste o burnout. Sus síntomas son pérdida de interés general, frustración y cansancio. Para evitarlo, se recomienda pedir ayuda.

Cuidar de un ser querido con una enfermedad o una discapacidad crónicas es un acto de amor y de generosidad. Sea por un hijo, un padre o un abuelo, se suele renunciar a muchas actividades de la vida cotidiana para dedicarse a quien más lo necesita. Pero esta tarea también puede resultar muy demandante y agotadora y, sin ayuda, puede dar lugar a un grave deterioro en la salud emocional y física del cuidador.

 

En los últimos años, ha surgido un término que se utiliza para describir el conjunto de síntomas de agotamiento emocional y físico que sufren las personas a raíz de situaciones de extrema tensión, frustración y cansancio: el denominado desgaste o burnout.

 

Atender las necesidades de una persona enferma supone hacer frente a diversos obstáculos: menos tiempo para ocuparse de las propias obligaciones (trámites, trabajo), menos tiempo para realizar actividades recreativas y sociales, y quizás frustración. Si bien tener la oportunidad de cuidar de un familiar y lograr que se sienta lo más cómodo posible son muy reconfortantes, saber que a pesar de ello la persona no mejorará de salud (en el caso de enfermedades terminales, por ejemplo) podría generar una sensación de fracaso.

 

El cuidado de una persona enferma durante mucho tiempo puede desencadenar una serie de efectos en quien está a cargo. En el cuidador, la falta de interés en general, la pérdida del apetito, la sensación de desesperanza y agotamiento, los problemas para dormir, una baja en las defensas, el aislamiento, la irritabilidad, la desmotivación y la depresión constituyen señales de advertencia de un desgaste. A su vez, esta repercusión en el cuidador puede tener un efecto negativo en la forma que atiende a su familiar y repercutir en el vínculo que ambos llevan.

 

Para evitar este desgaste, es necesario entender el panorama real de la enfermedad y ser consciente de qué puede suceder, establecer qué se espera de uno y pedir ayuda a otras personas. Saber en qué consiste la enfermedad y cuál es su pronóstico evitará crearse esperanzas falsas y permitirá estar mejor preparado para lo que vendrá. Además, tener presente qué es lo mejor que uno puede hacer pondrá un freno a la frustración provocada por objetivos poco realistas.

 

A veces por cuestiones de autosuficiencia, otras veces por conflictos familiares, quienes cuidan de una persona temen o no quieren delegar. Así, cargan sobre sus hombros con todas las responsabilidades que implica el cuidado y hacen a un costado su propia vida. Sin embargo, pedir ayuda no está mal ni significa desinterés por el familiar enfermo. Se puede arreglar que otra persona haga trámites por uno, que vaya al supermercado y, por qué no, que también lo releve para tomar un descanso.

 

Otras estrategias que pueden implementarse son hacerse tiempo para relajarse (por ejemplo, meditar, recibir masajes, hacer yoga); dedicar al menos un día de la semana a actividades que uno disfruta, como ir al cine; reunirse con amigos. Además, siempre hay que recordar cuidarse uno mismo comiendo bien y haciendo ejercicio. Y todo esto debe hacerse sin culpa. Velar por el propio bienestar no implica descuidar a la otra persona.

 

Cuando no existe o no se acepta la posibilidad de pagar para que otra persona cuide a un familiar enfermo, asumir la tarea puede resultar desgastante. Saber manejar la situación delegando funciones y reservándose tiempo para las propias obligaciones y actividades sociales prevendrá la aparición de problemas físicos y emocionales, y ayudará a que la tarea de cuidado sea lo más gratificante y afectuosa posible.

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