ÁNGELA MARULANDA - AUTORA Y EDUCADORA FAMILIAR |

¿Cómo enseñarles valores a los hijos?

Hoy no sólo sufrimos los efectos de la contaminación ambiental de las ciudades, sino también los lastres de una cultura contaminada por la polución ética.  Lo grave es que de esta última no estamos conscientes y por lo mismo no nos estamos defendiendo pero sí impregnando.

Hoy no sólo sufrimos los efectos de la contaminación ambiental de las ciudades, sino también los lastres de una cultura contaminada por la polución ética.  Lo grave es que de esta última no estamos conscientes y por lo mismo no nos estamos defendiendo pero sí impregnando. 

 

Tan perjudiciales como la “comida chatarra” son los “valores chatarra” de la cultura consumista: el sexo instantáneo sin responsabilidad, la gratificación inmediata sin esfuerzo y las soluciones mágicas sin sacrificios son algunas muestras de la polución moral de nuestros días.

 

Por esto, la travesía de nuestros hijos de la infancia a la mayoría de edad ya no es a través de las aguas tranquilas del pasado, en las que la podredumbre existía pero le era ajena a los niños. Hoy los menores navegan hacia la adultez al son de una marea agitada por la inmoralidad y la violencia, mientras que su familia transita sometida a la incertidumbre de una sociedad sin Norte y con un destino incierto.

 

Conscientes de esto, algunos colegios están procurando incorporar programas de educación en valores para sus alumnos.  Si bien es alentador que se estén haciendo esfuerzos en tal sentido, es preciso tener en cuenta que enseñar valores es como tratar de enseñar salud. El que una persona sepa qué es lo que se requiere para que su cuerpo esté sano, no garantiza que tendrá una buena salud.  Es decir, una cosa es conocer los conceptos y otra, muy distinta, es vivir en base a ellos.

 

Es cierto que los colegios pueden informar a los alumnos sobre cuáles son los valores fundamentales y la importancia que tienen para su vida, así como reforzar los que aprendan en su hogar, pero poco éxito tendrán tratando de que los niños aprendan lo que no viven en sus casas. A diferencia de las ciencias o las humanidades, los valores éticos no se aprenden en libros ni en clases.  Ellos se inculcan, es decir, son algo que los niños captan e incorporan en base a  la conducta de las personas que más aman y admiran.

 

Como durante la infancia los hijos nos adoran y quieren imitarnos en todo, somos nosotros quienes estamos en la mejor posición para infundirles sólidos valores éticos que les sirvan de parámetros para regir su vida.  Esto significa que somos los libros en los que ellos aprenden los valores que les damos con nuestro proceder cotidiano. Así, la cuestión no es ver cómo enseñarles valores, sino qué les estamos enseñando.  Por ejemplo, ¿será que la forma como tratamos a quienes nos rodean sí les está enseñando que el respeto es un valor para nosotros? Será que nuestra puntualidad en el trabajo o nuestro cumplimiento con los pagos sí les está mostrando que es importante ser responsables?  ¿Será que la lealtad con nuestra pareja y la seriedad con que asumimos todos nuestros compromisos sí dan fe de nuestra honorabilidad?

 

Los valores no son algo que se impone desde fuera sino algo que surge desde lo más profundo de nosotros. Por lo mismo, educar en valores es cultivar amorosamente el buen corazón de los hijos, es entusiasmarlos a obrar bien y seducirlos a dar lo mejor de sí.  En esta forma su solidez moral no será una lección aprendida sino una experiencia de vida, que se hará evidente en la alegría y la paz que irradien.

 

Tres cosas son urgentes para que los esfuerzos de los colegios en materia de valores tengan alguna resonancia.  Una, que los padres nos revisemos constantemente para estar seguros de que nuestros actos están alineados con los valores que pregonamos.  Dos, que amemos a nuestros hijos al extremo de estar dispuestos a hacer cuanto esfuerzo sea necesario por estar muy cerca de ellos de manera que nos quieran y admiren tanto como para que deseen imitarnos. Y tres, que les mostremos con mucha claridad lo que queremos ver en ellos. De la solidez de nuestra estructura moral, del temple de nuestras convicciones y de la fuerza de nuestro amor depende, en buena medida, el rumbo que tome su vida.

 

www.angelamarulanda.com

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