Normalmente transportamos en nuestras manos millones de microbios, en su gran mayoría inofensivos. Otros, sin embargo pueden causar enfermedades como resfrío común, gripe, diarrea, hepatitis y algunos tipos de meningitis entre otras.
Si nos olvidamos de lavarnos las manos o no lo hacemos adecuadamente podemos diseminar gérmenes a otras personas o auto-contagiarnos cuando nos tocamos los ojos, la boca, la nariz o una lastimadura.
Cada uno de nuestros hogares concentra gran cantidad de gérmenes. Un niño que trae gérmenes al hogar desde la guardería o la escuela, puede infectar a dos terceras partes de la familia. Como ejemplo, el virus de la gripe puede sobrevivir más de 48hs. en superficies como teclas de luz, el control remoto, tubos de teléfono y picaportes, entre otras. El lavado de manos reduce considerablemente su transmisión.
Esta práctica fue descubierta por el médico húngaro Ignaz Semmelweis en 1847 quien trabajaba en el hospital general de Viena. El observó que las parturientas atendidas por parteras, morían menos de fiebre puerperal que aquellas asistidas por médicos y practicantes. Al analizar las diferencias entre las prácticas de uno y otro grupo, encontró que las parteras se lavaban las manos antes atender a las mujeres. Semmelweis dispuso el lavado de manos obligatorio y demostró el gran impacto de esta simple medida al disminuir ostensiblemente la mortalidad materna. A pesar de este asombroso resultado, fue expulsado del hospital por sus superiores quienes creían que las enfermedades se transmitían por los miasmas del aire. Luego de más de un siglo y medio, el lavado de manos es considerado la piedra fundamental en la prevención de las infecciones hospitalarias como también en el ambiente del hogar y el trabajo.
La reciente epidemia de gripe A H1N1 nos demostró nuevamente la importancia del lavado de manos. La difusión de esta práctica junto con otras medidas preventivas ayudó a mitigar la epidemia y disminuir el ausentismo escolar y laboral.
Es fundamental lavarse las manos en algunas situaciones puntuales como por ejemplo antes de preparar la comida o ponernos los lentes de contacto, curar una herida o atender a alguien enfermo. Y no olvidar de lavarse después de realizar actividades como: ir al baño, toser, estornudar, sonarse la nariz, manipular alimentos crudos, tocar basura, cambiar pañales, atender a un enfermo, tocar animales, asistir a un lugar público.
Pero un simple enjuague sin jabón no es suficiente para eliminar los gérmenes. Saber lavarse las manos adecuadamente, es tan importante como hacerlo cuando corresponde. Para ello debemos utilizar jabón y agua tibia (el jabón líquido es menos contaminable), lavar bien toda la superficie de las manos incluyendo muñecas, palmas, dorso y dedos. Además cepillar bien debajo de las uñas. Frotar las manos enjabonadas por 15 segundos, enjuagar bien, y secar utilizando una toalla de papel descartable, una toalla de tela (en el hogar) o un secador de aire caliente para evitar dañar a la piel durante el procedimiento.
También existen productos especiales para combatir a los gérmenes. El alcohol en gel es un excelente desinfectante y es muy seguro. Es muy usado por profesionales de la salud y también en situaciones donde no hay agua disponible. Para usar el alcohol en gel las manos no deben estar visiblemente sucias.
La iodopovidona no es tóxica ni irritante. Su efecto germicida actúa en presencia de sangre, pus, suero y tejidos necrosados. Elimina hongos, bacterias, virus, entre ellos el HIV, y otros microorganismos de alta resistencia. Se utiliza para lavar heridas sucias y para el baño de pacientes.
La clorhexidina tiene una actividad germicida parecida a la de la iodopovidona. Se caracteriza por un importante efecto residual por el cual sigue actuando aún luego del lavado.
El lavado de manos es la medida más simple y eficaz para prevenir las enfermedades infecciosas en niños y adultos.