Fabiana llegó a Alcohólicos Anónimos (A.A.) en el año 2000, después de un festejo de año nuevo. Como en muchas otras ocasiones, se había excedido con la bebida. Recuerda que llegó a su casa con alguien que había conocido esa noche, que su madre no sabía qué hacer para contenerla, que entonces discutieron, que rompió todo lo que encontró a su alcance y que terminó por echar a su mamá. Al despertar al día siguiente, sintió mucha vergüenza de su comportamiento. Pero algo en ella había cambiado.
Explica que la reacción típica de un alcohólico habría sido decir “uh, ¿qué hice?” y ahogar ese sentimiento en un trago. Pero ese domingo no bebió. Cuando llegó el lunes, tomó el diario y buscó la dirección de AA.
Hoy, como parte de su proceso de recuperación, Fabiana elige compartir su historia para ayudar a otros que sufren problemas similares. En un mes de muchos festejos, donde priman los excesos, ella y el Dr. Javier Pueyrredón, médico clínico y colaborador de A.A., conversaron a fondo con DocSalud.com sobre la realidad del alcoholismo, y la lucha diaria para vencerlo. Aquí algunos extractos.
Periodista: El alcohol está muy asociado a los festejos de fin de año. ¿Cómo viven estos días quienes trabajan para recuperarse de esta adicción?
Fabiana: Es una época complicada en relación a la presencia de alcohol, pero también desde lo emotivo. En mi caso, fue por motivos emocionales que recurrí a la bebida. Era muy inestable y todo me llevaba a beber, las alegrías y las tristezas. Beber servía para evadirme. Por eso, al llegar las fiestas, quienes tenemos este problema debemos ser muy cuidadosos y estar muy contenidos. Los que estamos dentro de un grupo de A.A. tenemos ese apoyo. Me imagino que a los que no participan les resulta más complejo.
P.: ¿Qué sucede en tu casa, se evita que haya alcohol en las reuniones?
F.: A mí no me molesta que haya bebidas alcohólicas cuando estoy presente. Para mí ya no es un tema, yo sé que no tengo que tomar. Al principio es más difícil porque el cuerpo te lo pide. Pero hay que aprender a bancarse la vida sin muletas, aprender a manejarla. La necesidad física también se pasa y la abstinencia debe ser total. Nosotros decimos que no te pasaste por la última copa que te tomaste, sino que el problema es la primera. Hay bebedores fuertes que en esta época toman más que nunca, pero pueden parar. No es nuestro caso. Cuando yo empiezo a beber, tomo un sorbo y ya no paro. Por eso no hay ocasiones especiales que lo justifiquen o permitan. Lo que el alcohólico aprende en los grupos de autoayuda es a captar que la decisión está en uno, no en otros. En ningún grupo le dicen al paciente lo que tienen que hacer. Cada integrante comparte su propia historia, lo que hizo para salir de su problema.
Dr. Javier Pueyrredón: Uno puede comparar al alcoholismo con la enfermedad celíaca. Ambas son enfermedades que no se curan. El celíaco no puede comer harinas con gluten y, aún así, va a fiestas donde hay tortas, masas y galletitas. Sabe que no lo va a comer porque lo mata. El que toma la decisión es el enfermo, porque sabe que le hace mal. Por eso, la persona que viene a A.A. debe hacerlo por convencimiento propio. Muchos llegan después de haber tocado fondo. Así se dan cuenta por sí mismos y arrancan, van a pedir ayuda.
Fabiana cuenta que al llegar a A.A. desconocía la realidad de su condición. Su fantasía era que le enseñarían a beber poco y mejor; a darse cuenta que tenía que parar. Hoy se preocupa por difundir que el alcoholismo es una enfermedad emocional, física y mental. Al respecto, Pueyrredón recalca que, aunque lo que más se ve es el efecto sobre el cerebro, el alcohol es una droga lícita que afecta a todo el organismo.
P.: ¿Qué otras enfermedades resultan del consumo excesivo de alcohol?
Dr. J.P.: El alcoholismo produce hipertensión, trastornos genéticos, insuficiencia cardíaca, arritmias, gastritis, hepatitis alcohólicas, cirrosis, varices esofágicas, polineuritis periféricas y pancreatitis, entre otros efectos. Predispone a riesgo de contraer SIDA, hepatitis B y C, y es causa de accidentes automovilísticos y laborales, de ausentismo y, por supuesto, de divorcios. A nivel cerebral, el alcohol bloquea el lóbulo frontal, que se relaciona con la ética y la moral. Así, el enfermo se convierte en un animal, actúa de forma instintiva, no razona. Las consecuencias son muchas: agresividad, peleas, embarazos no deseados. Además, la bebida es la puerta de entrada a otras adicciones. Como el alcohol es depresor, lleva a la búsqueda de drogas que despierten. Por eso se la debe ver como una enfermedad social y es la sociedad quien debe encargarse de prevenirla, sobre todo con educación. ¡Imagínese que hay padres que dan vino a los chicos para que se vayan acostumbrando! Las publicidades que muestran fiestas asociadas a la locura están mostrando el efecto farmacológico del alcohol. El mensaje de la sociedad es que para divertirte tenés que tomar. Los chicos ya no conciben ir a una fiesta donde no haya sustancias.
P.: ¿Qué encuentra el enfermo que se acerca a A.A.?
Dr. J. P.: Esta entidad fue fundada por dos alcohólicos que vieron que al estar juntos no bebían. Los grupos brindan ayuda espiritual. No es una organización religiosa ni una secta. Tampoco es un programa para dejar de beber, es un programa de vida. Lo primero que recupera la persona es su autoestima y deja de sentirse culposo, angustiado, triste, peleado con el mundo, a contramano de todo. Al estar 24 horas sobrio la persona revive, puede ver que tiene posibilidades. Ayudar a otros en su misma situación también es una ayuda para el enfermo.
F.: Trabajamos mucho sobre las 24 horas: hoy estoy sobrio, mañana todo empieza otra vez. Es una manera de reducir la carga. Cuando llega alguien nuevo, toda la reunión es para él, para que pueda pasar su primer día sin beber. El tema de la espiritualidad es complejo para el que recién empieza. Se habla mucho de Dios, de un poder superior. Yo llegué tan vacía del alma, tan destruida que, sin dudas, hay algo superior que me mantuvo viva, debería haber muerto muchas veces. Para mí el ser superior es el grupo y la comunión con él. A mí me pasaba que para hacerle el desayuno a mi hijo tenía que tomar, algo que sólo pueden entender los que tienen tu mismo problema. Es muy difícil entablar esa paridad con alguien que no tiene la enfermedad. La gente de los grupos puede entender lo que vivís; por fuera, hay muchos que no. En este país el alcoholismo es una enfermedad estigmática, sobre todo para la mujer. En el hombre se acepta más. A veces escucho a amigos míos hablar de la gente que bebe de una manera que me inhibe de contar que soy alcohólica. Sólo lo saben unos pocos familiares y muy pocos amigos. Mis amigas desaparecieron porque no se podían bancar conmigo. Tuve que construir una nueva vida y lo hice con la gente de A.A. Estas fiestas las voy a pasar con mi mamá y con mis padrinos A.A., que me guiaron en mi recuperación.
P.: ¿Existe una integración entre la medicina y el trabajo de A.A.?
F.: Gracias a Dios está llegando más gente derivada por sus psiquiatras, que antes de darles algún tratamiento les indican que vengan. Hace un tiempo era común que medicaran a los enfermos y esto produjo muchas muertes, lo sé por compañeros míos. Por eso el alcohólico debe decirle a su médico sobre su enfermedad, porque impone límites a otros tratamientos. Cuando yo buscaba dejar de fumar, consulté por un antidepresivo y me lo prohibieron.
Dr. J.P.: Lo que sucede en psiquiatría es un ejemplo de que existe tal integración. Hay que tener muy en claro que en esta enfermedad no hay un alta ni una cura, pero que se la puede controlar mediante la abstinencia.
F.: Hay muchos casos que muestran que cuando una persona se aleja de los grupos vuelve a beber. Tal vez no al principio, pero sí eventualmente. Lo que te da el grupo es la contención espiritual, el reflejo en el otro de lo que vos tenés, aunque en ese momento no estés tomando. La enfermedad se detiene pero no se cura. Es una realidad, yo voy a ser alcohólica hasta que me muera.
Los grupos de Alcohólicos Anónimos funcionan en todo el país. Para contactarse: http://www.aa.org.ar/