Leo, un niño de once años nacido en el País Vasco, está recibiendo un tratamiento inhibidor de la pubertad para que su cuerpo atienda a la identidad masculina que siempre sintió, a pesar de tener genitales femeninos.
El proceso por el que pasó Leo, cuyo anterior nombre era Ane, fue doloroso y atravesó fases de «angustia», pero desde que el pasado 29 de octubre le pusieron la primera inyección que bloquea su desarrollo se sintió «feliz», relató a la agencia Efe su madre, Mónica Zamora.
Las inyecciones forman parte de una medicación inhibidora que se utiliza para objetivos diversos como evitar una pubertad demasiado temprana que impida el crecimiento, por ejemplo, pero ésta es la primera vez que en el País Vasco se aplica a un menor transexual, señala Zamora.
El tratamiento será un pinchazo cada veintiocho días pautado desde el servicio de Endocrinología de un hospital de Bilbao, pero la decisión es reversible ya que podría interrumpir el proceso.
Sin embargo Zamora está convencida de que la decisión de su hijo es firme porque «siempre ha sido un chico», aunque naciera con genitales femeninos.
Por ello la madre decidió hacer público el proceso para que la sociedad compruebe que «es una persona totalmente normal» como cualquiera de sus compañeros.
Desde pequeño, cuando todavía le llamaban Ane «era muy masculino, en sus formas de chico, en la vestimenta, en los deportes que le gustaban y en sus aficiones», recuerda.
Pero el punto de inflexión tuvo lugar en Navidad de 2014 cuando comenzó a notar que le crecía el pecho y se «angustió» de tal forma que «no quería desayunar, ni comer, ni siquiera ir al colegio».
Ante esta situación su madre inició un calvario de médicos y pruebas diagnósticas para tratar de saber qué sucedía, aunque finalmente hizo caso a su «intuición» y puso a Leo el documental «El sexo sentido», protagonizado por menores transexuales con los que inmediatamente el niño se identificó.
A partir de ahí el menor decidió que quería comunicar su auténtica identidad sexual a su padre, a sus hermanos y a sus compañeros de clase, algo que se hizo de forma ordenada «hablando primero con la dirección del colegio, que se volcó al 100%», agregó Zamora.
«A nadie le pilló por sorpresa el cambio», afirmó Mónica, quien aseguró que su hijo no lo pasó mal en el aula por su condición.
El siguiente paso (el inicio del tratamiento) fue resultado de la «grandísima casualidad» de contactar con la responsable del servicio de Endocrinología del Hospital bilbaíno de Cruces, Itxaso Rica, en un encuentro de familiares de menores transexuales que tuvo lugar en Madrid y que a Leo le fascinó porque pudo comprobar que no era el único que atravesaba por su situación.
Tras la primera cita con la especialista, el protocolo establecido por el Gobierno Vasco para estos casos obliga a que el menor sea atendido durante seis meses por un psiquiatra, que es «finalmente quien da la autorización para iniciar el tratamiento inhibidor».
Una vez concluida esta etapa, Leo iniciará previsiblemente el tratamiento con testosterona.
Por el momento, Zamora no contempla iniciar un proceso de cambio de identidad en el Registro Civil como el que realizaron los padres de una niña de cuatro años de la vecina provincia de Guipúzcoa, que cambió el nombre de Luken por Lucía, ya que en el documento de identidad no consta la modificación de género y supone un trámite burocrático complicado en el país donde residen.