La autofagia, ¿una clave para un envejecimiento saludable?

El descubrimiento del mecanismo de la autofagia, merecedor del Premio Nobel de Medicina, podría contribuir a una mejor comprensión de patologías como las vinculadas al envejecimiento y tal vez un día permitir vivir más tiempo gozando de buena salud, estimaron varios especialistas.

El japonés Yoshinori Ohsumi fue distinguido este lunes con el Nobel de Medicina por su investigación de la autofagia, un proceso de limpieza y, sobre todo, de «reciclaje» de las células.

«Este proceso es muy importante pues si la célula no es capaz de limpiarse, habrá una acumulación de desechos», explicó Isabelle Vergne, investigadora del CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas, de Francia), que trabaja sobre la autofagia.

«Si este proceso se desbarata completamente, puede comportar numerosas patologías», agregó. Es el caso de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson, enfermedades infecciosas o diferentes tipos de cáncer.

Pero otras patologías como la obesidad o la diabetes, algunas enfermedades cardiovasculares o intestinales o incluso la artrosis también estarían implicadas.

«La mayoría de las grandes patologías están ligadas a una insuficiencia o a una disfunción del proceso autofágico», señaló por su parte el profesor Guido Kroemer, otro especialista francés que trabaja en el INSERM (Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica francés).

La autofagia (que significa «comerse a sí mismo») es un proceso que se conoce desde los años 1960. Ohsumi identificó los genes esenciales en la autofagia en los años 1990 al experimentar con levadura y demostrar que nuestras células empleaban un mecanismo similar.

El descubrimiento provocó un florecimiento de investigaciones, que por el momento se limitaron a plantas y animales.

«Intentamos comprender por qué este proceso disminuye con la edad y encontrar innovaciones capaces de activarlo para mantener nuestras células en buen estado más tiempo y poder vivir una vida mejor y más larga», señaló por su parte Ioannis Nezis, profesor de la Universidad británica de Warwick.

En la mayoría de las patologías, la autofagia debe ser estimulada, como en las enfermedades neurodegenerativas, para eliminar los agregados de proteínas que se acumulan en las células enfermas.

Ocurre lo mismo para la diabetes, la arteriosclerosis o las enfermedades infecciosas cuando se trata de estimular la reacción inmunitaria.

«Es más complejo en el cáncer», según el profesor Kroemer, quien precisó que, según el caso, se puede perseguir «estimular o, al contrario, inhibir» el proceso autofágico.

Trabajos en animales revelaron que los estimuladores de la autofagia podían mejorar la respuesta anticancerígena, por medio de la respuesta inmunitaria. En cambio, otros investigadores trabajaron para inhibir la autofagia y así «reducir el estrés celular ligado a la quimioterapia», matizó.

Según Vergne, que trabaja con la micobacteria que origina la tuberculosis, cada vez más resistente a los antibióticos, la estimulación de la autofagia permite controlar la infección.

Una estrategia que se emplea igualmente con otra micobacteria, muy presente en personas con fibrosis quística, muy difícil de tratar. «Creemos que si llegamos a aumentar la autofagia, podríamos eliminarla (…) pidiendo al organismo que la mate a través de la autofagia», explicó.

Otra patología, la artrosis, que afecta principalmente a personas mayores, está en primera línea.

Según Claire Vinatier, investigadora del INSERM, estudios preclínicos realizados en ratones revelaron que la activación de la autofagia ralentiza la aparición de la artrosis y mejora «los signos de movilidad», aunque precisó que todavía se encuentran lejos de experimentar con humanos.

Entre las moléculas ya ensayadas en ese animal figura la rapamicina, un medicamento antirrechazo que se utiliza en humanos cuando se realizan trasplantes.

Para evitar los efectos secundarios de este potente medicamento, la rapamicina se inyecta directamente en la articulación.

Además, se barajan otras opciones, como la proteína Klotho, presente en el cuerpo humano.

Mientras llegan los ensayos clínicos en humanos, algo que todavía podría tomar años, ya se puede estimular la autofagia con la alimentación, vía el resveratrol, un antioxidante que se puede encontrar en el vino tinto, algunas frutas y el chocolate.

Otra opción de este tipo sería la espermidina, otra arma secreta antienvejecimiento, presente en el queso roquefort, indicó Patrice Codogno, especialista del INSERM.

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