Una de las principales cuestiones a entender cuando se dice que buena parte de los casos de disfunción eréctil se deben a trastornos orgánicos, es que esto no significa que en el varón exista necesariamente un problema genital. Es una enorme multiplicidad de factores –clínicos y sociales– la que puede expresarse como dificultad para lograr la erección en el momento de tener una relación sexual. Lo importante es desentrañar la combinación de causas.
Un simple ejemplo puede bastar para entenderlo. Un caballero de mediana edad llega al consultorio acusando falta de erección, y relatando qué le ocurre cada vez que se dispone a tener relaciones. El especialista lo observa y le pregunta por su peso. “Es cierto –reconoce el paciente–, estoy un poco excedido”. Hace un tiempo también le diagnosticaron diabetes tipo 2. “¿Y cómo va el tratamiento?”, pregunta el médico. El paciente responde que nunca estuvo en tratamiento por ese problema, aunque recuerda que alguna vez le recetaron un medicamento “para bajar la presión”. El tratamiento que sí comenzó, asegura, era para dejar de fumar, pero no pudo sostenerlo por mucho tiempo, y cree que, a esta altura de su vida, ya no logrará esta meta. Pero, lógicamente –trata de volver al tema que lo llevó al consultorio–, tampoco quiere abandonar su vida sexual, e insta al especialista: “¿Qué me puede recetar?”
El problema de esta persona no se resuelve con una medicación: lo más probable es que sus dificultades para lograr la erección no sean más que una expresión de su estado general de salud, al cual deberá atender en forma integral. Un hombre con disfunción eréctil tiene un 50% más de probabilidades de sufrir un infarto que uno sin ese problema.
La razón parece simple: los problemas de erección y las enfermedades cardiovasculares crónicas están generadas o impulsadas por los mismos factores de riesgo: obesidad, diabetes, hipertensión arterial, tabaquismo, colesterol elevado. La disfunción eréctil puede aparecer entre 1 y 4 años antes de que se manifieste, por ejemplo, una cardiopatía.
El pene es un órgano constituido por tejidos bastante particulares, que lo hacen hemodinámico: la función eréctil se logra cuando se llena de sangre. Todo aquello que altere el flujo sanguíneo en su interior va a causar dificultades. Las arterias que permiten la irrigación peneana son de un diámetro 6 veces menor que lo habitual y, por lo tanto, sumamente sensibles a las dificultades de los vasos circundantes para suministrarle sangre. A diferencia de lo que sí sucede en otros órganos, esta falta de oxigenación no causa dolor, pero dificulta la erección.
Por eso es que en el tratamiento farmacológico de la disfunción eréctil se usan drogas con efecto vasodilatador. Sin embargo el problema no está en los fármacos empleados normalmente en los tratamientos, sino en la actitud simplista de utilizarlos sin una indicación médica que lo inscriba como parte de un abordaje integral del problema de erección.
Un mito frecuente
Suele pensarse entre los varones que el mecanismo fisiológico de la erección –con la irrigación de los cuerpos cavernosos– genera de por sí un alto nivel de exigencia para el aparato cardiovascular. Y sin embargo, es un mito erróneo que, por otra parte ilustra lo complejo de la sexualidad.
La excitación erótica no insume una gran exigencia cardiovascular; pero esa exigencia sí puede existir si es que el varón experimenta el encuentro sexual con un alto grado de ansiedad.
Estos factores emocionales hacen que, sin existir problemas orgánicos ni trastornos en la estructura psíquica, haya dificultades en la erección. En primer lugar, el paciente con dificultades en el área emocional, debe poder tener una erección, porque eso condicionará su estado emocional en las próximas relaciones. Luego, debe poder disfrutar de su sexualidad, para después empezar a entender que no necesita de otros medios para poder hacerlo.
La cara inversa de este problema será la de los pacientes que, por temor a sufrir un evento cardiovascular, directamente renuncian a su vida sexual cuando han tenido un problema de salud de este tipo. Todas estas cuestiones pueden tener una solución si el paciente busca ayuda profesional adecuada y asume su sexualidad de manera adulta, adecuando el placer a sus posibilidades reales.