En determinadas ocasiones, los pacientes se vuelven sus propios médicos. Piensan que el especialista está errado en su diagnóstico, o que el medicamento recetado es muy caro. También suelen abandonar un fármaco en la mitad del tratamiento, no realizarse un examen o no mostrar los resultados al profesional.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha abordado estos temas, enmarcados dentro de la denominada “adherencia terapéutica”, es decir, el grado de cumplimiento del tratamiento por parte del paciente, tal como fue indicado por el especialista. Comprende, entre otras cuestiones, el uso de medicamentos recetados, la implementación de las pautas de dieta y ejercicio establecidas, las consultas de seguimiento y el cuidado propio que indique el doctor para combatir una enfermedad, por ejemplo, el control de los pies en las personas con diabetes.
La omisión de estas conductas constituye un problema mundial. Por citar un ejemplo, según un informe de la OMS de 2004, la tasa de adherencia a los tratamientos a largo plazo en los países desarrollados equivale a tan sólo el 50%, mientras que en las naciones en vías de desarrollo, esta cifra es aún menor. El incumplimiento supone consecuencias negativas para la salud del paciente y genera más costos de atención médica debido a la necesidad de tratar las complicaciones que surgen por la falta de constancia.
Pero el problema no es exclusivamente atribuible a los pacientes. Según señala el informe de la OMS, son varios los factores que influyen en la adherencia terapéutica: el socioeconómico, los relacionados con el equipo o el sistema de asistencia sanitaria y los ligados al tratamiento y la enfermedad.
Una de las causas de la falta de constancia durante el tratamiento es la creencia del paciente de que el medicamento no da resultado ni tampoco será efectivo en el futuro. La suposición suele darse durante la mitad de la terapia, cuando la persona no observa mejoras en la enfermedad o los síntomas. Entonces concluye que el remedio no es eficaz y que es mejor dejar de tomarlo. Lo que el perjudicado no sabe es que algunos efectos no se observan de inmediato. También sucede a la inversa. La persona se empieza a sentir mucho mejor al comenzar a recibir la medicación, con lo cual considera que ya puede dejar de tomarla, pero no conoce los riesgos asociados a la interrupción del tratamiento.
Otras causas frecuentes de no adherencia son una percepción errónea sobre la gravedad de la enfermedad (el afectado no es consciente de cuán seria es la afección) o el temor a sufrir efectos adversos de los fármacos. En ambos casos, es fundamental que el paciente reciba información acerca del cuadro y del proceso para combatirlo. También es vital que plantee sus inquietudes al médico, quien podrá despejar las dudas y explicar la relación riesgo-beneficio.
Además, el desgaste y el cansancio asociados a un tratamiento prolongado o complejo (que implica tomar muchos medicamentos a la vez o varias dosis de un mismo fármaco por día) suelen provocar el incumplimiento. De hecho, la falta de adherencia es particularmente habitual en las personas con una enfermedad crónica que deben recibir un tratamiento de por vida.
Un problema no menor es el costo de los remedios o la dificultad para acceder al sistema de atención de la salud. Los sectores más pobres son los que sufren esta situación. Aquí no se trata de una falta de predisposición a seguir un procedimiento o de una cuestión de creencias, sino de una imposibilidad económica estructural, que debe resolverse en otras instancias: con políticas de distribución de medicamentos para las clases desfavorecidas y mayor cobertura de las obras sociales, entre otras medidas.
Sin duda, se trata de una cuestión compleja y seria a nivel mundial, que requiere una toma de conciencia y una intervención por parte de las autoridades, los profesionales de la salud y los pacientes. Y si bien hay factores que escapan al control de los enfermos, se torna necesario adoptar una actitud activa con respecto al cuidado de la propia salud cuando esto se encuentre al alcance.