Nutrición en los primeros mil días de vida, clave para la salud en el futuro

Pediatras del Cono Sur coincidieron en que promover un crecimiento adecuado y evitar la baja talla de los niños ayuda a mejorar la salud y el desarrollo de las capacidades en la adultez. Pero sobrealimentar a los pequeños puede condenarlos a la obesidad. 

Según expertos del Cono Sur, la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses es clave.

Los primeros mil días de vida son una ventana de oportunidad única para lograr un crecimiento adecuado para mejorar la talla de los niños pero sin predisponerlos a un aumento de peso riesgoso para el futuro. Así coincidieron expertos latinoamericanos en el nuevo libro “Crecimiento saludable. Entre la desnutrición y la obesidad en el Cono Sur”, que acaba de ser lanzado en la Argentina.

Editado por los reconocidos pediatras Esteban Carmuega, director del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI), y Ricardo Uauy, profesor del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA) de la Universidad de Chile, el texto reúne las ponencias y estudios presentados por 30 prestigiosos especialistas en crecimiento y desarrollo infantil del Cono Sur, México y Guatemala.

En los capítulos se analiza cuáles son las estrategias más efectivas para combatir el retraso del crecimiento y fomentar el desarrollo físico, cognitivo y productivo de la población, enfatizando la importancia de la nutrición adecuada durante los primeros dos años de vida.

“Los primeros 1.000 días de vida, desde la concepción hasta los 2 años de edad, son un momento crítico para el crecimiento”, declaró Carmuega a la par que agregó que “si un niño no crece a la velocidad que marca su potencial genético es una señal de alarma de que están pasando cosas importantes que no solo comprometen su altura sino que pueden dejarle secuelas importantes para su salud actual y futura”.

“El retraso de crecimiento de causa nutricional tiene lugar poco después del nacimiento y se agrava a partir de entonces hasta los 2 años, básicamente como consecuencia del déficit calórico-proteico o de micronutrientes en la alimentación”, explicó Uauy.

Pero ambos aclararon que, a diferencia de lo que se creía hasta el momento, para escaparle al fantasma de la desnutrición no se debe suministrar a los niños una mayor cantidad de alimentos, que puede resultar en una condena a la obesidad y a sus riesgos asociados, como las enfermedades cardiovasculares y la diabetes.

De hecho, un crecimiento óptimo no significa crecer ni de más ni de menos, sino lo apropiado para cada persona. Por cada 100 gramos de aumento de peso adicional al recomendado en los primeros 4 meses de vida, se incrementa más de 30% el riesgo de sobrepeso a los 7 años.  “Un excesivo aumento de peso temprano se asocia con mayor riesgo de obesidad y riesgo metabólico”, enfatizó Carmuega.

Una de las claves, para este experto es “promover una alimentación adecuada para cada etapa del crecimiento”, que consta en “la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses, con la incorporación de alimentos adecuados y nutritivos a partir de esta edad, hasta que el niño se incorpore definitivamente a la mesa familar cuando cumpla dos años”.

Cambios en el perfil regional de la desnutrición

El rostro de la desnutrición infantil está cambiando en América latina que asiste a la disminución de la desnutrición aguda (niños adelgazados en forma extrema) con la aparición de obesidad temprana que coexiste con el retraso de crecimiento.

“La obesidad se encuentra en plena transición epidemiológica en la región, migrando de los sectores más acomodados a las poblaciones más pobres”, describe Carmuega, quien alerta que “la frecuente y temprana aparición de obesidad infantil en contextos de desnutrición temprana como los que se observan en la pobreza da como resultado un mayor riesgo de enfermedades crónicas”.

Si se mide la estatura, se observa que “los niños de nuestra región muestran una desaceleración del crecimiento lineal que se inicia tempranamente y que se mantiene luego de los dos años de edad, con un consecuente aumento del peso no acompañado por la estatura a lo largo de toda la infancia”, reveló Carmuega, a la par que llamó la atención sobre un fenómeno creciente: niños obesos y desnutridos.

En la compleja trama donde la desnutrición y la obesidad se mezclan, los expertos enfatizan en el valor de la talla como un indicador más importante que el peso con vistas a la salud futura del niño. De hecho, la longitud de un bebé al nacer predice su estatura en la adultez, y también permite vislumbrar su riesgo a diversas enfermedades.

Por ejemplo, un reciente estudio realizado en Chile pudo comprobar que “el riesgo de obesidad entre los 6 y los 8 años de edad, está inversamente correlacionado con la talla en el momento de nacer, independientemente de los factores socioeconómicos del niño”, escriben los doctores Francisco Mardones, Carlos Grandi y Ximena Moratorio, en la publicación.

Un bebé que nace con menos de 50 centímetros de largo o menos de 2,5 Kg. de peso tiene mayor riesgo de infecciones, como diarreas y bronquitis, que el resto de sus congéneres. Además, según un estudio desarrollado en Guatemala y presentado en el libro, los ‘bajitos’ tuvieron menor rendimiento cognitivo en la escuela y una menor productividad laboral.

Pero el problema no radica en  ser alto o bajo, sino en la presencia de deficiencias nutricionales, que en estadios tempranos del desarrollo, impidieron que los niños crecieran todo lo que hubieran podido crecer, repercutiendo además de en la talla, en la salud, capacidad de aprender y productividad futuras.  

Si bien la pobreza es la causa principal de la desnutrición infantil, el retraso de crecimiento en talla o retraso crónico del crecimiento de causa nutricional (RCN) también está asociado a la baja escolaridad materna, el destete prematuro, la alimentación complementaria inadecuada, la baja estatura de la madre y el mal saneamiento ambiental, entre otros factores.

Se estima que el RCN afecta a 7 millones de niños latinoamericanos y genera un costo equivalente a entre el 5 y el 10% del PBI de América latina, unos 70.000 millones de dólares por año. En Argentina, la última encuesta de nutrición nacional mostró una prevalencia del 8% de RCN entre los niños menores de 5 años. Sin embargo, estudios realizados en las regiones más pobres del país arrojaron cifras cuatro veces más altas (22 a 30%).

Los chicos más vulnerables a padecer retraso del crecimiento son los que tienen entre 6 y 23 meses, precisamente cuando se abandona la lactancia materna y se incorporan las papillas, momento en que aparecen deficiencias que como la de hierro o de vitamina A son muy frecuentes en nuestro país.

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