El organismo humano tiene la capacidad de mantener constante la temperatura corporal incluso en presencia de variaciones ambientales. A medida que envejecemos, se producen modificaciones del metabolismo basal, lo que determina cambios en la termorregulación así como en la percepción de la temperatura. Experimentalmente se ha demostrado que el anciano presenta un déficit de adaptación a la temperatura externa. Tolera mal el calor, pero todavía peor el frío, porque las reacciones vasomotoras metabólicas son poco eficientes. Al envejecer, la piel se adelgaza y se desnaturalizan los receptores cutáneos de la temperatura, por lo que el anciano puede tener dificultad para percibir con certeza si tiene frío o calor.
Cuando el cuerpo se enfrenta a las bajas temperaturas, se pierde más calor del que se produce y los vasos sanguíneos de la piel deben contraerse para conservar la temperatura corporal. La vasoconstricción determina que el corazón deba bombear la sangre a través de los vasos contraídos por lo que se observa un aumento de la presión arterial y consecuentemente un riesgo mayor de infarto agudo de miocardio. Esta situación ha sido notada en estudios observacionales, que demostraron que a medida que la temperatura disminuye, se incrementan las enfermedades, y con ello el riesgo de fallecer. (Por cada grado que cae la temperatura debajo de los 18ºC, aumentan las muertes en cerca de 1,5%.).
Algunas recomendaciones para ganar la batalla al frío:
1.- Los ancianos pierden la capacidad de sentir cambios bruscos de temperatura, por lo que se recomienda que si usted o alguien en su familia tiene más de 65 años, instale un termómetro en un lugar visible para vigilar constantemente la temperatura del cuarto.
2- Las temperaturas invernales influyen sobre la presión arterial. Con el frío, la misma tiende a aumentar. Aunque afecta a todos, los ancianos son aún más susceptibles a estos cambios por lo que se recomienda incrementar la vigilancia médica de los hipertensos.
3- Artrosis. Las bajas temperaturas no la ocasionan, pero pueden agravar las dolencias típicas de esta enfermedad relacionada con el sistema locomotor. Es necesario extremar precauciones: evitar cambios de temperatura bruscos, tomar baños con agua caliente para disminuir la rigidez y evitar aquellas actividades que requieran gran esfuerzo físico si la persona no está entrenada.
4- Dermatitis. El frío, el viento y la humedad contribuyen a resecar la piel, se acentúan los eccemas y las grietas en las zonas expuestas de la piel, como la cara y las manos. Se tratará de minimizar el impacto de las bajas temperaturas con guantes y prendas adecuadas. El uso de cremas hidratantes y beber líquido frecuentemente resulta de utilidad.
5. Alergias. Hay pacientes sensibles al polen de árboles como el ciprés que provocan los síntomas habituales de alergia primaveral en los meses más fríos. El tratamiento consiste en evitar el contacto con estas plantas y utilizar fármacos para reducir el malestar.
6. Caídas y potenciales fracturas. Si el anciano vive en áreas de frío extremo, debe considerar que la nieve y el hielo puede predisponer a caídas y potenciales fracturas, por lo que se recomienda atención en el uso de calzado adecuado.
7. Trastorno afectivo de temporada. Con el invierno un adulto mayor que durante la mayor parte del año lleva una vida normal, tiende a aislarse, pudiendo precipitar un episodio depresivo. Cuando vea a su ser querido con fatiga creciente, desánimo, irritabilidad o somnolencia excesiva considere la posibilidad de una depresión.