Un viejo adagio de los médicos dice que una persona tiene la edad de sus arterias. Y son ellas las que determinarán como será nuestra capacidad de conexión y nuestra vida luego de los 60 años. Esto se debe a que llevan en su interior la sangre y el oxigeno que nutren a nuestras neuronas –que nos dan memoria y vitalidad cerebral– y a nuestros nervios, que nos permiten caminar, tener equilibrio y comer, y que dan vida a órganos muy importantes como el corazón y los riñones.
La salud de las arterias está sujeta a condiciones que no podemos cambiar, llamadas factores de riesgo inmodificables. Estos son la edad, el sexo, la raza y los antecedentes familiares de enfermedad vascular. Pero existen también factores de riesgo modificables, como la hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol elevado, la obesidad, el tabaquismo, sedentarismo y consumo de alcohol. Estos tres últimos son, además, factores de riesgo erradicables, porque podemos dejar de fumar y beber alcohol, y hacer ejercicio.
Los factores de riesgo generan dentro de las arterias fenómenos inflamatorios, durante los cuales moléculas minúsculas producen lesiones en el interior de estos vasos sanguíneos, en un lugar denominado íntima arterial. Son pequeñas heridas sobre las que se depositan otras sustancias, como el colesterol, que inician la formación de placas.
Las placas evolucionan y dan un aspecto de empedrado al interior de la arteria; la deforman y provocan que se ocluya con el tiempo. Esto impide la normal circulación de sangre al territorio donde esa arteria lleva el flujo vital. En consecuencia, si pensamos que el destino de la sangre era el cerebro y que la arteria lesionada es la carótida, asumiremos que las neuronas tendrán menor calidad y cantidad de sangre y oxígeno. Si lo anterior sucede, se producirán fenómenos de falta de sangre –o isquemia–, que, cuando confluyen en el cerebro, dan lugar a infartos cerebrales. Con el correr del tiempo, éstos producirán alteraciones en la memoria y, en una etapa más avanzada, demencia. Aunque sintética, esta descripción permite entender la base y los motivos de la enfermedad vascular cerebral.
Cómo prevenir el daño en las arterias
No quedan dudas, cuantas menos lesiones arteriales tengamos, mejor será la calidad de nuestros cerebros. ¿Cómo podemos lograr esto? Debemos manejar de manera adecuada los factores de riesgo modificables. El primer paso es acudir a los controles clínicos con el médico de cabecera.
Cuando un paciente tiene hipertensión arterial, los especialistas le indicamos que reduzca el consumo de sal y le recetamos medicamentos que controlan la presión arterial. Asimismo, realizamos controles a través de análisis de laboratorio (que incluyen uno de orina de 24 horas para ver filtrado renal) y solicitamos un fondo de ojo para ver daño de retina por la hipertensión, un electrocardiograma y, si corresponden, otros estudios superiores.
Si la persona que consulta padece diabetes, le indicamos una dieta adecuada, medicación ó insulina para el control de la glucemia. Solicitamos también un examen de fondo de ojo, otro de pies y análisis de orina de 24 horas y de sangre.
Al detectar un nivel elevado de colesterol, el profesional utilizará el Score de Framinghan (que tiene en cuenta, además, otros factores) para definir el riesgo al que se encuentra expuesto cada individuo y, según el caso, actuará en consecuencia, con medicamentos específicos o no. Finalmente, si el paciente es sedentario o consume tabaco o alcohol, el médico le dará instrucciones sobre cómo comenzar a controlarlos para luego lograr su erradicación.
Pero, por otra parte, una persona puede tener una serie de condiciones que generan riesgo vascular y que, al igual que la edad, no pueden ser modificadas. Algunas de ellas son el déficit de vitaminas (B6 y B12), los síndromes de apneas de sueño, la elevación de la homocisteína en sangre, algunas trombofilias y las enfermedades del corazón que pueden producir embolias, como la fibrilación auricular.
También en estos casos resulta fundamental el control de los factores de riesgo modificables, para lograr que la calidad de nuestra vida como adulto mayor nos permita disfrutar de esta etapa con más salud y menos deterioro mental.