Luego de la experiencia que transitamos durante la pandemia ya no somos los mismos. El paso del Covid-19 dejó consecuencias por el impacto de la enfermedad y los efectos colaterales de la pandemia.
Respecto a las secuelas de la enfermedad, una gran cantidad de personas que tuvieron Covid-19, continúan con síntomas post alta. A esta instancia se la conoce como -long Covid-19 o Covid-19 extendido-. “En la actualidad, hay metaanálisis que reflejan diversas hipótesis, dice la licenciada en Psicología del Hospital Británico, María Luz López Llano. Y agrega: “Es interesante destacar que el Covid-19 tiene impacto a nivel neurológico y neuropsiquiátrico causando, por ejemplo, la falta de gusto y olfato en un 40%. Por su parte, hay una prevalencia del 24% de pacientes que presentan alteraciones mentales asociadas a la enfermedad, como depresión, ansiedad y trastorno del sueño. Esto podría estar relacionado con el temor a diferentes situaciones a las que puedan estar expuestos, como internación, la soledad en este periodo, el ingreso a terapia intensiva o la muerte”, afirma la licenciada.
El Dr. Eric Wainwright , médico psiquiatra del Hospital Británico explica que “en el marco del análisis ejecutado, sobre un estudio realizado en diferentes países de Europa y Estados Unidos con 3.762 pacientes de grupo etario comprendido entre los 18 años y mayores de 70 años, con diagnóstico de Covid-19 y dados de alta 7 meses previo a la evaluación se, concluyó que:
– Un 70 % de las personas reportaban fallas de memoria en el periodo post Covid-19, se observó primordialmente fallas de la memoria a corto plazo y en menor porcentaje dificultades en la memoria de largo plazo.
– Se evidenció en un 85% de la población estudiada, dificultades en otros procesos cognitivos como en la atención, el razonamiento, en la función ejecutiva, -planificación, organización, toma de decisiones, resolución de problemas entre otros- y procesamiento lentificado de la información.
– Se observó un fuerte impacto en la vida diaria laboral en aquellos participantes que estaban activos laboralmente: en la toma de decisiones, resolución de problemas y memoria a corto plazo.
¿Y los que nunca tuvieron Covid?
Hay otra población que no tuvo la enfermedad de Covid-19 pero que fue impactada por cuadros de ansiedad y depresión, como también trastornos del sueño, siendo estos efectos colaterales de la situación pandémica, incidiendo así, en el funcionamiento cotidiano.
Ciertamente, el aislamiento, la incertidumbre, la soledad, los duelos tanto de la pérdida de personas queridas como del estilo de vida fueron factores que provocaron estrés, ansiedad y depresión perjudicando el funcionamiento y la calidad de vida.
Incertidumbre, el origen del malestar
La incertidumbre genera un elevado estado de ansiedad y estrés. El estrés no es malo, es un conjunto de reacciones fisiológicas que prepara al organismo para la acción, es decir, que nos prepara para defendernos ante la existencia de una amenaza. El problema es cuando esa situación es continua, no evoluciona y la defensa es constante. Entonces, el estrés sostenido en el tiempo trae consecuencias que en ocasiones impactan en la toma de decisiones cotidianas.
Otro de los puntos observados en este período de pandemia por el virus, responde a los excesos de consumo por el aislamiento. En este sentido, el uso de las redes sociales en la vida cotidiana va a acarrear dificultades en las generaciones jóvenes.
En la actualidad, estamos más conectados virtualmente que físicamente. El 50% de la población en las grandes ciudades son hogares unipersonales, cuestión alarmante en pacientes de la tercera edad con mayor dificultad de organizar redes familiares que, sumado a la cuarentena, es una grave amenaza.
Encuestas realizadas en el último año reflejan que la soledad e incertidumbre sobre el futuro, el estrés y la duración extrema de la cuarentena es un fenómeno sin precedentes. Esta situación dejó al descubierto diversos consumos excesivos de diferentes índoles: tecnología, alimentos, obesidad, alcohol y otras sustancias, información noticiosa, entre otros.
El aislamiento social afecta el bienestar físico y cerebral. La soledad perjudica directamente el sistema inmune haciéndonos menos resistentes a enfermedades e infecciones. La estimulación social insuficiente afecta el razonamiento y el rendimiento de la memoria, la conectividad y función cerebral, el funcionamiento hormonal, baja resistencia a las enfermedades físicas y mentales y, en personas mayores, precipita el deterioro cognitivo.
Según un estudio internacional publicado por la revista científica European Neuropsychopharmacology, sobre las secuelas del Covid-19 en la salud mental, en el que participaron 55.589 personas de 40 países, entre los que se encuentra la Argentina, la depresión, la angustia y la ansiedad son las tres secuelas psicológicas del Covid-19 más frecuentes, principalmente originadas por el aislamiento, el deterioro de las relaciones personales y la preocupación por la incertidumbre ante la emergencia sanitaria. El 12% de las personas presentó síntomas depresivos relativamente severos, mientras que el 17% síntomas de ansiedad de diversos grados –incidencia que se vio reflejada mayormente en las mujeres, quienes disminuyeron el tiempo laboral para ocuparse de la casa y la familia.
Según un documento de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), las nuevas tecnologías se difunden con mayor rapidez hasta el punto de pensar en una cuarta revolución industrial que modifica la naturaleza y localización del trabajo. Entre los riesgos del cyber trabajo se destaca el aumento del estrés relacionado con el impacto de un mayor control del trabajador, disponibilidad 24×7 y fronteras difusas entre la vida privada y el trabajo.
Como conclusión, podemos decir, que el advenimiento de la pandemia por SARS COV 2 nos abrió los ojos con respecto a las dificultades que el estilo de vida que estamos llevando en el mundo Occidental, nos causaría sobre todo a nivel del funcionamiento y la calidad de vida.
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