El mayor factor de riesgo que predispone a la ingesta de sustancias está a la vista de todos y llamativamente es difícil reconocerlo. Si se naturaliza el consumo de drogas y alcohol es porque se publica poco sobre este proceso inconsciente del psiquismo humano, sus alcances y el impacto psicológico que genera en nuestra subjetividad.
“En la medida que vayas conociendo algo, le irás perdiendo el temor” decía Erick Kandel, premio nobel de Neurociencias, quién para ser aún más ilustrativo relata la siguiente fábula en su libro, “En búsqueda de la Memoria: el nacimiento de una nueva ciencia de la mente” (Editorial Katz).Había una zorra, que nunca había visto un león. Un día, la puso el destino delante de la fiera y como era la primera vez que la veía. sintió un miedo espantoso y se alejó tan rápido como pudo. Al encontrar al león por segunda vez, aún sintió miedo, pero menos que antes y lo observó con calma por un rato. En fin, al verlo por tercera vez, se envalentonó lo suficiente hasta llegar a acercarse para entablar una conversación. Éste no fue un final feliz para la zorra.-
Kandel a este proceso lo denominó “Habituación”, ante un mismo estímulo, la respuesta va disminuyendo hasta llegar a desaparecer, llegando hasta incluso, no percibir el riesgo al que se expone, ya que no se llega a ser consciente del contenido, o los procedimientos que se están aprendiendo.
Tanto nos habituamos a ver personas en las calles alcoholizadas o drogadas, que dejó de sorprendernos. Y así se fue banalizando este hábito que culturalmente, se fue transformando en costumbre.
Ya no nos sorprende bailar o cantar temas musicales con letras apológicas a la drogadicción. Muchos menos a contener la risa de escenas de personajes de ficción cuando aparecen alcoholizados o drogados. Lo mismo en series televisivas, dibujos animados y en películas. Lo que hace décadas hubiera sido un bochorno, hoy le fuimos perdiendo el miedo.
Así, de a poco, se fueron silenciando las alertas que evidencian los daños para quienes consumen, para sus entornos, familiares y allegados. Al punto que es cada vez más frecuente encontrar en los consultorios a padres que piden ayuda por la adicción de sus hijos, sin percibir, muchas veces, que fueron ellos mismos los que los iniciaron a contraer adicción.
Son contundentes los estudios que demuestran al consumo de drogas como denominador común en las siguientes problemáticas sociales: protagonismo en episodios delictivos y criminales, el consumo en poblaciones carcelarias, en la violencia de género, los accidentes de tránsito, el abandono escolar. La evidencia en la predisposición en púberes y adolescentes para contraer trastornos psiquiátricos, en la vulnerabilidad del sistema inmunológico, la aparición en problemáticas congénitas de bebes de madres fumadoras de cannabis, entre otras afecciones que alteran al sistema cardiovascular, respiratorio y neurológico.
El efecto de la “habitación”, en este sentido, se manifiesta como una aceptación social altamente destructiva, de tal manera, que pareciera, que drogarse no genera ningún perjuicio para la salud pública y solo se reduce a una elección meramente recreativa y subjetiva de cada individuo. Esta ambigüedad, de mensajes contradictorios, entre lo que socialmente se naturaliza y a su vez genera efectos nocivos en la biología humana, deteriora el entramado social, atrapa a la población en una profunda negación y situación paradojal.
Todo intento de desarrollar un proyecto sanitario con definiciones claras acerca del verdadero perjuicio del consumo de drogas resultaría estéril. Porque así, no suele haber un reconocimiento de la dimensión real del problema. El consumo de drogas crece cada día más, generando a su vez mayor niveles de adicción en nuestra población.
La adicción es una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación. Se caracteriza por un conjunto de signos y síntomas, en los que se involucran factores biológicos, genéticos, psicológicos y sociales. Muchos, la conciben como una “pandemia”, o “enfermedad no transmisible”, que se desarrolla entre otros factores, por la habituación.
Dice Kandel que este proceso de aprendizaje pre-asociativo simple y natural, a la vista de todos, es compartido por absolutamente todas las especies animales del planeta, es un tipo de aprendizaje de naturaleza implícita o subconsciente que permite a las especies adaptarse al entorno.
Basta que un organismo esté dotado del más simple de los sistemas nerviosos, para que este “aprenda” de forma pre-asociativa a adaptarse a su hábitat. De esta forma, podría responder -o no- de forma “habituada”, frente a estímulos del medio ambiente.
El antídoto para no hacerlo, y salir de este círculo vicioso de la habituación radica en el grado de conciencia y la “sensibilidad” frente a la percepción del riesgo que se tenga frente al problema, y desde donde, se podría marcar la diferencia. El cambio es difícil, porque requiere fuerzas diferentes a la que habitualmente se usan.
Para ello, se requiere profundizar en campañas para “sensibilizar” a la población acerca del daño que genera el consumo indebido de drogas, e incluirlas en el marco de las actividades culturales, deportivas y recreativas, de todas las organizaciones sociales que favorezcan al desarrollo humano: colegios, clubes, lugares de culto, sociedades de fomento, ONGs, entre otras. Incentivando asimismo al desarrollo de habilidades para la vida.
Ser conscientes del hábito de la “habituación”, y la forma que impacta en nuestra cotidianeidad, nos permite poder elegir: o seguir actuando instintivamente como la zorra curiosa de la fábula, o tener una elección consciente de no continuar exponiéndonos a su riesgo.
*El licenciado Eduardo Lavorato es experto en adicciones.