Es irónico pensar que en un mundo sobrepoblado –donde ya no cabe la gente ni en las ciudades, ni en las calles, ni en ninguna parte– haya cada vez más personas, incluso menores de edad, sufriendo de soledad. No están solos, pero se sienten de esa manera. Son como peces que tienen sed a pesar de vivir en el agua.
Las causas de esta soledad pueden ser muchas. Una de principales es el individualismo, gracias al cual vivimos bajo la filosofía de que cada cual se ocupe de lo suyo y nada más. En otras palabras, que nadie se entrometa –y tampoco se interese– en los asuntos de otros. Así, el compromiso es tan solo con uno mismo y con su propia felicidad, y no con los demás, excluyendo, a veces, hasta a los seres queridos.
Los avances en la tecnología de las comunicaciones irónicamente son otra razón para que vivamos cada vez más solos y aislados. Además de que hoy en día tenemos nuevos compromisos y los espacios para compartir en familia escasean cada vez más, pasamos tanto tiempo conectados con aparatos que no hay momentos para forjar nexos profundos con nuestra familia. Lo más grave es que la falta de contactos humanos da lugar a que los niños no aprendan a reconocer, sentir o expresar en forma apropiada los sentimientos que los vinculan con sus semejantes. Y se van deshumanizando.
Urge que los padres hagamos lo que sea necesario para desconectarlos y desconectarnos de los numerosos dispositivos que usamos, para poder vincularnos como familia. Los seres humanos necesitamos con apremio las interacciones afectivas con nuestros seres queridos; necesitamos de su compañía, de su compasión, de su solidaridad, de su amor. Este es el único antídoto para esa soledad que acongoja a tantos en un mundo en el que tenemos “todo” menos lo más importante: lazos de unión sólidos y profundos con nuestros hijos, padres, parientes y amigos.
Cuentan que una vez un joven conversaba con su madre y le dijo: “Nunca me dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas que me mantengan vivo en forma artificial. Si me ves en esa condición, desconéctame, porque eso no es vida.” Y entonces, la mamá se levantó y le desconectó el televisor, el DVD, la computadora, el celular, los videojuegos… ¡y le tiró todas las cervezas!