Cuándo el dolor es un signo de alerta

Cuándo los dolores necesitan atención médica (Foto: Pixabay)
Cuándo los dolores necesitan atención médica (Foto: Pixabay)

Cuando aparece un dolor nos genera inconvenientes que trascienden el aspecto físico y que irrumpen en el plano psicológico y anímico. Nos cambia el humor, estamos mal predispuestos, y hasta tendemos a aislarnos y a evitar el contacto social por no ser una carga para los que no comprenden nuestro pesar.

“Si existe un problema de salud, debemos tener conocimiento y hacernos cargo de lo que nos pasa en el organismo. Pero también es fundamental que abordemos las molestias de forma comprometida, encarando las correcciones necesarias para volver al equilibrio corporal”, asegura el quiropráctico Marcelo Barroso Griffiths.

De este modo, somos responsables de detectar dónde está nuestro mal funcionamiento y de recurrir a los expertos que determinen sus verdaderas causas, para después efectuar los cuidados necesarios. “El cuerpo se comunica con nosotros y debemos escucharlo y actuar en consecuencia”, resume el especialista.

La punta del iceberg

Tapamos permanentemente nuestra capacidad de sentir, suprimimos lo más valorable que nuestro cuerpo nos da: las sensaciones. Por eso, cuando algo nos duele, lo primero que queremos hacer es eliminar la molestia. Esto ocurre tanto si nos sentimos mal del estómago, del hígado, nos duele la cabeza, y hasta si estamos fatigados, cansados o agobiados.

“Equivocadamente –advierte Barroso Griffiths– solemos creer que el dolor es el verdadero problema, pero no es así. Las sensaciones que percibimos, en realidad, son alarmas que el cuerpo nos brinda para decirnos ‘aquí algo no anda bien’”.

Al comprender esto, empezamos a ver de diferente manera la relación salud-enfermedad.

Psicología del dolor

Hay especialistas que encuentran en el dolor una razón más profunda, que trasciende el aspecto físico y que se orienta hacia el plano psicológico. De esta manera, aseguran que la cura no se dará solo con la intervención de un médico u otro profesional de la salud física, sino que también requerirá de un abordaje psicológico.

De este modo, un dolor de cabeza crónico puede emparentarse con una fuerte autocrítica y miedo; los dolores por cólicos con impaciencia e irritación mental; y el dolor de estómago con la falta de digestión de las ideas. En estos casos, un tratamiento psicológico complementario tiene como fin comprender el origen del dolor desde la mente humana, y también actuar como el sostén necesario para transitar el padecimiento hasta que desaparezca definitivamente.

Malestar que fastidia

¿Por qué sigo sintiéndome así, si hago de todo para cambiar mi condición? ¿Por qué en vez de mejorar, mi dolor empeora y con él mi calidad de vida? “Lo que sucede es que el dolor prolongado afecta física, psicológica y socialmente a la persona que lo padece”, responde Barroso Griffiths.

Tal es así que puede generar angustia, tristeza, depresión, fastidio, insomnio, e incluso falta de apetito. El dolor es un impedimento real para que realicemos actividades cotidianas simples, que antes ejecutábamos casi mecánicamente y con soltura. Es tan tangible en la cotidianeidad, y tan extenso en el tiempo, que se vuelve una carga ineludible.

La resignación que genera este dolor trastoca todos los aspectos de la persona, pudiendo manifestar un aislamiento de su grupo familiar o de sus amigos. “El dolor ganará, porque hasta que no nos deshacemos de él, no podemos pensar con claridad, descansar bien y disfrutar de la compañía del entorno”, explica el quiropráctico.

Dolor diferido

La dolencia no siempre es consecuencia del lugar corporal en donde la sentimos. Por ejemplo, si nos duele el brazo, puede ser el resultado de una alteración en la columna. Esto es lo que se conoce como dolor diferido, y se produce cuando tenemos enfermo un órgano determinado, pero el malestar se percibe en zonas alejadas. Por esta razón, es muy importante determinar el origen de un padecimiento y realizar las consultas profesionales y chequeos pertinentes.

Si le adjudicamos una causa errónea a un dolor, corremos el riesgo de taparlo y agravarlo, sin poder deshacernos de él. Por esta razón, hay que evitar la automedicación con analgésicos, que no brindarán ninguna solución y generarán efectos indeseados.

Alivio natural

Una vez que se determina el origen del dolor, podemos evaluar de qué manera es más conveniente abordar la patología para recobrar la salud y, por consiguiente, eliminar la dolencia.

Barroso Griffiths explica que “el quiropráctico entiende que el dolor por el que acude el paciente, en realidad, no dice nada del verdadero problema. La quiropraxia busca recobrar el equilibro del organismo. Requiere de un profundo examen de la columna vertebral, y va en busca de aquellas vértebras que están desalineadas y comprimiendo una raíz nerviosa. Al encontrarlas, y de manera precisa, las coloca en su posición original. Al hacerlo, inmediatamente el cuerpo empieza a trabajar de forma más armoniosa y saludable”.

La quiropraxia logra que los músculos, ligamentos y tendones se relajen, porque funcionan mejor, sin tensión ni rigidez. Así comienza un proceso profundo de recuperación de modo natural.

Repensar la salud

El quiropráctico insiste que cuando estamos frente a un problema de salud o una dolencia, tenemos la oportunidad de pensar de una manera diferente el proceso salud-enfermedad. “El cuerpo humano tiene la capacidad de sanarse. Pero muchas veces, los factores con los que convivimos cotidianamente –el estrés, la mala alimentación, la contaminación, la falta de descanso, etc.– nos impiden encontrar una cura, provocando padecimientos crónicos y ausencia de soluciones desde la base del problema. Nuestra misión es ayudar al cuerpo a comenzar su proceso natural de recuperación, de adentro hacia afuera”, concluye el especialista.

¿Qué consecuencias produce un dolor crónico?

Desequilibra el estado emocional.

Produce aislamiento.

No se calma con medicamentos de venta libre.

Generalmente se ubica en la espalda, la cabeza y las articulaciones.

Provoca incapacidad para realizar determinadas actividades cotidianas.

Genera menor movilidad de las zonas afectadas.

Dura 6 meses o más.

Produce alteraciones del sueño.

Se puede empezar a detectar a partir de los 30 años.

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